Seminario - Taller Narcotráfico y violencia en las ciudades de América Latina: retos para un nuevo periodismo
11 de Octubre de 2016

Seminario - Taller Narcotráfico y violencia en las ciudades de América Latina: retos para un nuevo periodismo

Asistieron 14 periodistas, quienes escucharon las intervenciones de antropólogos, sociólogos, escritores, académicos y economistas.

México, D.F, 19 al 21 de octubre de 2009
Organizadores: Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano y Open Society Institute
Relator: Óscar Escamilla

UNA MIRADA AL FONDO DEL ABISMO 
 
Óscar Escamilla, relator 

Aquella noche, Javier Valdez se abrió paso, en medio de apretones de mano, felicitaciones y golpecitos de espalda, hasta la mesa del fondo donde nos ubicamos en aquel restaurante sobrio del Distrito Federal, para enseñarnos el primer ejemplar de su nuevo libro: Miss Narco: belleza, poder y violencia. Aunque el texto aún no llegaba a las estanterías, Javier había logrado quedarse con un primer ejemplar y ahora estaba de pie ante nuestra mesa para presentarnos su obra con una alegría que se le reflejaba en todo el rostro. Estaba feliz. Recuerdo que me levanté de la mesa y ambos nos abrazamos por unos segundos largos, y por un instante creí sentir aquella sensación de despedida entre dos amigos antes de que uno de ellos emprenda un viaje incierto y lejano. Javier, aquel hombre recio, que el día anterior admitió con desparpajo y una sinceridad descomunal que no se avergonzaba de tener miedo cuando escribía y publicaba sus crónicas y reportajes en Río Doce, el diario suyo que dedica gran parte de sus páginas al tema narco en Culiacán, ahora se le veía conmovido hasta la fragilidad frente a nuestra mesa con su libro entre las manos. Todos los que estábamos allí tambien nos alegramos y conmovimos con Javier, porque de alguna manera sentíamos que su confesión, descarnada y sin ningún atisbo de vergüenza, reflejaba de alguna manera un poco de nuestras propios temores silenciosos como reporteros. El día anterior, durante su intervención, Javier afirmó que no era “motivo de vergüenza tener miedo (…) yo si ando con el culo en la mano, así hago mi trabajo (…) no está prohibido tener miedo. Hay que enfrentar el miedo. En Culiacán el miedo es latente. En Culiacán es un peligro estar vivo”, nos dijo el periodista mexicano, justo cuando se acercaba el final de la segunda jornada del Seminario „Narcotráfico y violencia en ciudades de América Latina: retos para un nuevo periodismo‟, convocado a mediados de octubre de 2009 por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) y el Open Society Institute, y que contó con el apoyo de la Editorial Mapas. 

Al seminario, desarrollado en el auditorio del Museo Rufino Tamayo de Ciudad México, asistieron 14 periodistas, quienes a lo largo de tres días escucharon las intervenciones de colegas de México, Perú, Argentina y Brasil, además de antropólogos, sociólogos, escritores, académicos y economistas de países como Estados Unidos, Reino Unidos, Ecuador y Colombia. Todos allí abordaron el fenómeno del tráfico de drogas desde perspectivas y experiencias distintas, y la suma de aquellas voces abrió casi sin proponérselo un enorme panorama del tema cuya sensación final resultó ser que estábamos ante un problema amplio y de una gran complejidad para el que los periodistas apenas contamos con algunas herramientas para entenderlo y relatarlo. 

Las intervenciones de los expertos y periodistas se organizaron en sesiones pensadas para discutir el tema desde distintos saberes y experiencias; sin embargo, esta relatoría tomó aquellas intervenciones y las organizó en cuatro temas, a saber: Comunicación, Literatura, Antropología y Geografía. En Comunicación, la discusión transcurrió en torno a las trampas semánticas en las que incurre el periodista que hace cubrimiento informativo de temas sobre el tráfico de drogas prohibidas y las organizaciones que las comercian, y sobre cómo en México la violencia desatada por los conglomerados dedicados a estos negocios es una forma de lenguaje.  El aparte de Literatura es una invitación a la lectura de textos que a lo largo de las últimas décadas han abordado el tema del tráfico y la vida de los jefes de los grupos mafiosos, tanto en extensos reportajes como en novelas. Sumado todo ello, a la experiencia sobre cómo emprender la escritura de libros que abarcan el complejo mundo de redes de tráfico, de ilícitos, de inmigrantes y de las tragedias personales que persiguen a los personajes de esos universos. También se habló en este punto sobre la puesta del fenómeno en discusión en la escena televisiva, sus lenguajes y sus formas. Respecto a la Antropología se presentaron casos puntuales de trabajo etnográfico sobre el interior del mundo de las pandillas en Nicaragua, sobre traficantes colombianos en Nueva York y sobre consumidores de alucinógenos en diferentes lugares de Estados Unidos. Además del trabajo y la experiencia de una reportera gráfica con las maras centroamericanas. Finalmente en el aparte de Geografía, tanto expertos como periodistas hablaron sobre como el tráfico de drogas sigue vigente en Colombia muy a pesar de la desaparición de las organizaciones y sus jefes, en parte, por lo problemas profundos y estructurales que arrastra esa nación. También se habló del desarrollo del tráfico de drogas en Perú vista como un cultivo que se extiende a lo largo de un territorio en disputa con tres protagonistas en lucha permanente: los campesinos, el estado con sus fuerzas armadas y el grupo guerrillero Sendero Luminoso. De Brasil se presentaron dos miradas distintas de la violencia dentro y desde las favelas. De Venezuela también se habló sobre la violencia que se esparce a lo largo de ese país y de cómo aquel estado de cosas puede ser el escenario propicio para el arribo del tráfico de drogas y sus protagonistas, quienes ya empiezan a asomarse desde las fronteras que esa nación tiene con Colombia. Sobre México se habló del posible origen que desató la violencia del tráfico y de los traficantes, además del trabajo de los periodistas en ese escenario. Al final y a manera de Anexo se dispuso de un listado de textos que abordan el narcotráfico, pues esa había sido la petición recurrente hechas por los periodistas que participaron en el Seminario, durante el último día del encuentro cuando se presentó de manera formal la Red de Periodista Judiciales, disponible en el sitio en Internet de la Fundación Nuevo Periodismo http://www.fnpi.org/comunidades/red-de-periodistas-judiciales/, por parte de su coordinador Cristian Alarcón.

Cada una de las intervenciones dispuestas a continuación se desarrolla con las propias voces de los académicos, expertos y periodistas que hablaron en esas sesiones. Algunas de esas exposiciones fueron editadas con el propósito de concretar el tema central de cada explicación y buscar que fluyeran al momento de su lectura, pero sin alterar el contenido y sin hacer interpretaciones de los argumentos allí expuestos. Sólo resta decir que al leer la siguiente relatoría quedará la sensación de un panorama desolador, puesto que el escenario que propone el tráfico de drogas y la organizaciones que las comercian en este continente sugiere una suerte de lugar desértico, árido y caluroso, zanjado por con una enorme grieta informe y profunda, como un abismo oscuro y sin fondo. Leer el siguiente texto puede resultar ser una mirada al fondo de ese abismo.

CAPITULO I. COMUNICACIÓN

El lenguaje de los narcos

Rosanna Reguillo, mexicana, antropóloga

Me honra compartir con ustedes este espacio de incertidumbres más que de certezas y con la posibilidad siempre de la construcción de un pensamiento colectivo, apostándole en términos generales a la inteligencia colectiva que creo es la única capaz, en este momento, de sacarnos de esas trampas a las que el miedo nos tiene encerrados y enclaustrados. De entre las múltiples posibilidades para acercarme hoy con ustedes al problema que nos concita quiero centrarme en un asunto fundamental que tiene que ver con una propuesta que hice hace unos cinco años, y quizás para explicarla tengo primero que decirles cómo llegué al narcotráfico. Vengo de una trayectoria de un poco más de 20 años haciendo investigación de culturas juveniles. Mi trabajo inicial fue en un barrio duro de Guadalajara. Para entonces, había hecho investigación junto al colombiano Alonso Salazar y a mi compatriota José Manuel Valenzuela. Los tres anduvimos los barrios de Venezuela y las comunas de Medellín con una pregunta fundamental a cuestas: ¿qué era lo que estaba pasando en la reconfiguración de las culturas juveniles? Fue por aquel tiempo que surgieron los libros No nacimos pa’ semilla (Salazar), A la brava ése (Valenzuela) y En la calle otra vez (Reguillo), escritos desde tres perspectivas distintas por tres amigos que se hicieron compañía durante mucho tiempo. A partir de ese proyecto y siguiendo el asunto me introduje de manera muy acelerada en la violencia y descubrí que el miedo se estaba convirtiendo en un nuevo dispositivo de control y de cesión política. Ante tal certeza me formulé el siguiente interrogante: ¿quién está controlando los miedos? La respuesta estaría en buena medida en la hipótesis del trabajo que desarrollé, según la cual quien controle los miedos y maneje las esperanzas de la sociedad se convertirá en la fuerza que controle la propuesta cultural del siglo XXI, creo no equivocarme. En esa misma línea de trabajo sobre el miedo, la violencia se me atravesó de una manera muy clara y ahí evidentemente el giro a la pregunta por el narcotráfico fue prácticamente natural.

 

Entre el 2006 y 2007 descubrí que no era posible entender lo que está pasando con el narcotráfico desde la dicotomía moderna: legalidad/ilegalidad, sino que había que abrir el espacio a un tercer campo analítico, la “paralegalidad”, entendida como aquella zona gris que abre las violencias y donde el narco despliega todo su poder, que no es solamente un poder de verdad, no es solamente un poder de muerte, sino que es fundamentalmente un poder fundacional-cultural, es decir, capaz de generar sus propios códigos, sus propias reglas y su propio orden paralelo. En todo esto, mi formación semiótica me ha sido útil porque me ha permitido construir -a partir del tema de la “paralegalidad”- una noción de “retórica” en un sentido amplio que también me permitió observar precisamente que el poder disciplinario del narcotráfico y la política de estado de cesión del miedo sirven para impulsar agendas ocultas sobre la lógica de la “retórica”. Esa “retórica” no es otra cosa más que la movilización emotiva a la manera griega, a través de la utilización de tropos y de imágenes. Si hoy en México hay algún actor listo e inteligente para apelar a estas imágenes y a estos tropos es el narcotráfico, pues se están llevando por delante a todos los productores de imaginarios, de narrativas y de propuestas.

En ese sentido, la hipótesis que estoy trabajando está en construcción y gira en torno a tres lógicas fundamentales: la primera, estoy convencida que la violencia es un lenguaje, un lenguaje epocal, y es una dimensión constitutiva de lo social que está ahí, que no se va a ir, pero que su efecto es que no hay forma de gestionarla y que el efecto/riesgo que está generando es sumamente complicado. Esta hipótesis de la violencia me lleva a formular mi primer acercamiento al problema de la presencia y el efecto del narcotráfico en la sociedad de México en concreto que tiene que ver con entender cómo el narcotráfico o los narcos han encontrado una manera clarísima para comunicarse con la sociedad mexicana, no solamente con la policía. Lo que el narco está haciendo, me parece, es una estrategia de comunicación por entregas que va minando la paz y la agenda ciudadana de manera paulatina. La segunda cuestión tiene que ver con cómo el narcotráfico ha ido penetrando los lenguajes y la vida cotidiana de la sociedad -algo que no es nuevo para los colombianos-, a través de símbolos, de objetos, de cultos y de creencias. Fundamentalmente lo que más me interesa del lenguaje narco tiene que ver con su capacidad para disciplinar los imaginarios; esta violencia disciplinante que desestabiliza la agenda ciudadana, normaliza la violencia y engendra esta zona gris de la “paralegalidad”. Finalmente, lo último tiene que ver con los rituales y los performance de muerte, en cómo, por ejemplo, los narcos entregan los cuerpos de sus víctimas. Allí hay una ritualidad performativa de la muerte que está marcando cuestiones muy complicadas en la sociedad, pues creo que mucho de este lenguaje del narco lo que en el fondo está haciendo es precisamente engendrando una habla distinta, una nueva forma de habla para lo cual no estamos habilitados. Lo que estamos viendo y viviendo en México es el incremento del narcotráfico es una lógica de la violencia expresiva sin detrimento de la violencia utilitaria, pero me parece que la violencia expresiva aumenta porque ellos mismos también están intentando generar esta forma de lenguaje.

Las trampas semánticas

Luis Astorga, mexicano, sociólogo

Los periodistas saben que las categorías del lenguaje con las que trabajan tienen historias también y que en el desarrollo de su trabajo ha contribuido, en gran medida, a crear otras categorías de percepción, otros esquemas, acerca del mismo fenómeno, el tráfico de drogas ilícitas. Empezaré por hablar de la relación de dos campos para introducir el tema: el de la política y el del tráfico de drogas. Ambos marchan en distintos momentos pero se unen, según el país, ante ciertas circunstancias. La década de los años 20 (del siglo pasado) fue la época de la prohibiciones en Estados Unidos y en México, tanto de la marihuana como de la amapola, con lo que se crea el campo propiamente dicho del tráfico ilegal de esta sustancias psicoactivas entre ambos países y es cuando se empieza a hablar ya propiamente de traficantes de drogas ilícitas. Fíjense que es una decisión del estado la que crea la prohibición y a la vez la que crea al traficante. Las categorías de percepción para hablar del fenómeno del tráfico de drogas ilegales y de quienes se dedican a ese tráfico se hace con arreglo a un discurso del estado, es decir es el estado quien impone sus categorías y esquemas de percepción, quien determina de qué manera hay que categorizar a estos agentes sociales y cómo se les va a calificar; no solo los productores, también a los comerciantes de estas sustancias y a los consumidores. En un recorrido por la prensa mexicana de finales del siglo XIX hasta nuestros días se puede dar cuenta de cómo los medios han venido registrando esas categorías y esquemas de percepción generadas desde el estado sobre el tráfico ilegal de drogas y hasta dónde los propios medios, a través de sus periodistas, en especial de las páginas policiacas, registraban el fenómeno a veces como correa de transmisión del discurso oficial o generando otras categorías de percepción desde el propio campo periodístico. El discurso gubernamental sobre el problema en cuestión fue creado básicamente por juristas, policías y políticos y, son ellos quienes han determinado en los códigos penales sus percepciones y categorías. Pero las cosas no necesariamente han sido así, en los años 40 los traficantes mexicanos, en especial los del noroeste del país, crearon una categoría de percepción para distinguirse, un símbolo de identidad propio, una manera de identificarse, que se reducía la expresión “gomero”. Así llamaban, por entonces, a los traficantes de goma de opio. Aquel resulta ser un ejemplo de un grupo social de traficantes de drogas ilegales que crea un discurso propio para referirse asimismo, para referirse al fenómeno al tráfico de drogas, a su inserción dentro de ese fenómeno y cómo quisieran ellos que los llamaran independientemente de la manera en los había bautizado el discurso oficial. Esa categoría de percepción generada por los propios traficantes se filtró a la prensa y se volvió una expresión usada con cierta familiaridad.

La obsesión por las drogas narcóticas le va a imprimir un sello particular al discurso generado por los estados respecto al tráfico de drogas ilegales y es entonces cuando hace su aparición el prefijo “narco”. A partir de los años 50 surge esa categoría que se usa actualmente la de “narcotraficante”, así parezca increíble de creer aquella palabra no existía. La época de aclimatación e institucionalización política y periodística de esta categoría es los años 60, que es cuando todas la categorías anteriores utilizadas sobre el fenómeno ya sea por los traficantes, por la prensa, en los distintos momentos históricos se van a subsumir en una sola categoría que va a ser la de “narcotraficante” y que va a designar a los traficantes de drogas ilegales independientemente que sean drogas narcóticas o drogas estimulantes.  A partir de los años 80 surge otra categoría de percepción con la cual sería hoy casi impensable el discurso del tráfico de drogas que es la de “cartel” o “cártel”, según el país. Basta con darle una mirada a la prensa antes de los años 80 y no se encontrará esa palabra, salvo en el discurso económico. Es una categoría que en el discurso sobre el tráfico de drogas va a ser introducida por fiscales y agentes de la DEA (Drug Enforcement Administration) ubicados en La Florida, Estados Unidos, para fijarle cargos a las organizaciones de traficantes colombianos que aquel momento estaban enfrentados a los traficantes cubanos. Esa categoría de percepción va a tener un éxito mediático tan fabuloso que hoy sería impensable que alguien hablara en los medios de prensa sin referirse a las organizaciones de tráfico de drogas ilícitas como “carteles” o “cárteles” independientemente de que no lo sean.

Los periodistas son adictos a un lenguaje mitológico que les ha sido impuesto desde el campo político y las instituciones policiacas, han contribuido a su perpetuación y agregaron un gran número de etiquetas con su multiplicador lingüístico: “ejecuciones”, “levantones”, etc. Esa falta de distanciamiento crítico frente al discurso gubernamental, policiaco y político, aceptado sin mayores reservas por los medios de prensa, realmente no ha contribuido mucho a que se entienda mejor el fenómeno, hay allí un problema fuerte. Creo que es importante que esas categorías de percepción sean clarificadas, que el lenguaje sirve para significar no para crear más confusión. Las categorías de percepción del discurso oficial lo que hacen por un lado es contribuir a la mito y no permiten tener una idea más precisa de lo que se quiere transmitir. Los medios de prensa no deberían sólo escuchar sino transcribir la manera cómo se expresan otros agentes sociales y no utilizar el recurso tramposo de entrecomillar declaraciones presuntamente literales que en realidad protegen las categorías de percepción de los propios periodistas. En mis declaraciones jamás hablo de “cártel”, jamás hablo de “ejecuciones”, jamás hablo de “levantones”. Cuando soy citado por periodistas, como es el caso de varios colegas académicos mexicanos, sistemáticamente transforman lo que digo y colocan entre comillas esas palabras como si fuera una declaración mía, así no me reconozco en esas entrevistas, pero tampoco tengo el tiempo, ni los medios, ni la disponibilidad, para mandar cartas a los periódicos explicando que no dije esto o aquello. Si hablo de “organizaciones” y “coaliciones” no me hagan decir “cárteles”; si digo “homicidio doloso” no pongan “ejecuciones”; si hablo de “secuestro” no digan “levantones”. Este caso particular se puede extenderse a otros ejemplos. Al homicidio hay que llamarlo homicidio, al asesinato hay que llamarlo asesinato, al homicidio doloso hay que llamarlo homicidio doloso y no tratar de utilizar cierto eufemismos que en realidad le quitan la carga de violencia que tienen esos actos. Sin embargo, resulta muy curioso que cuando algunos periodistas entrevistan a un político no le quitan casi nada de su discurso, en cambio cuando entrevistan académicos se siente con toda la libertad del mundo de cambiarle el discurso, como si no hubiéramos tenido el cuidado de escoger las palabras que están en función del campo al que pertenecen en busca de precisar aún más los conceptos. La prensa puede contribuir muchísimo a que otras voces sean escuchadas con sus propias categorías de percepción, no la de los periodistas o la de los discursos políticos. Llamo la atención sobre la falta de distanciamiento crítico de los periodistas frente a las declaraciones de algunos personajes de la política, ni se les exige las fuentes de sus informaciones, ni contrastan las cifras de las que hablan. 

La dificultad para conocer un poco mejor el fenómeno que nos convoca, que no sea el discurso gubernamental, que no sea los estudios académicos, es la entrevista directa con los traficantes mismos de distintos niveles. Infortunadamente en México los traficantes tienen una lealtad sólida, hasta donde sabemos, y carecen de esa facilidad de palabra y es gusto por los medios que tienen los colombianos. Sin embargo, hay que intentarlo. Para terminar quiero hacer una invitación a tener un mayor distanciamiento crítico, a cuidar mucho las categorías de percepción y a que las nuevas que se generen no contribuyan a la lógica del etiquetamiento, sino que más bien nos ayuden a comprender el fenómeno.

CAPITULO II. ESCRITURA

Literatura para comprender otros lenguajes

Gabriela Polit, ecuatoriana, literata

Estoy contenta de estar aquí y de compartir con ustedes esta pelea con y por las palabras que es para mí una pelea maravillosa. La Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano me invitó, creo, en calidad de lectora, así que lo que quiero compartir esta vez con ustedes son mis experiencias como lectora. Mi proyecto actual es una comparación entre cierta producción literaria de Culiacán (México), de Medellín (Colombia) y de La Paz (Bolivia) en la que el tráfico de drogas ilegales terminó por impactar la producción de novelas en estos tres lugares. En este proyecto trazo un análisis comparativo y es por ello justamente que salen a relucir todas las arbitrariedades de los universalismos del lenguaje que ha sido parte de la discusión del Seminario.

Antes de hablar de lecturas específicas, quiero retomar aquello de que la historia del tráfico de drogas ilegales tiene larga data en México y se diferencia mucho de la historia en Colombia, en donde el fenómeno es relativamente reciente, estamos hablando de 40 a 30 años. Esto se ve también en la literatura. En general, se puede decir que cierta literatura, no sólo de Culiacán, sino la norteña en general, se preocupa por el género policial, por la novela negra, por el asesino, en tramas narrativas en las que no se sabe en qué lado está en bien y en qué lado está el mal. Donde la épica del asesino de alguna manera reivindica la falta de horizontes claros. En cambio cuando en Colombia aparece el narcotráfico como un fenómeno visible surge de manera muy violenta. Digamos que si uno tiene que hablar de fechas se debe remitir a la muerte del ministro de Defensa Rodrigo Lara Bonilla, en 1984. De manera que no es casual que el género que lo narre también se centre en el asesino, en el sicario. La de Colombia no es una trama de novela negra como en México, el personaje central para narrar ese nuevo fenómeno es el sicario, y emerge como un personaje súper sexualizado, con cicatrices, con su escapulario de santos, con estéticas muy propias, con el cuerpo marcado, y se hace así porque es la manera como los escritores se pueden acercar a él. Inclusive, en Colombia, se empezó a hablar de un subgénero literario llamado “la sicaresca”, para referirse a este fenómeno. Hay otra manera de también entender a ese personaje y es que resulta ser la mano invisible del narco. No dudo que en algo haya impactado la foto de los dos muchachitos que mataron a Lara Bonilla, sus caras de ingenuidad y de inocencia al mismo tiempo que eran dos asesinos. Un elemento importante de la “sicaresca”, si uno puede señalar algo, es que pone en circulación una nueva habla: el parlache. Es así como el lenguaje del sicario se vuelve el lenguaje del narco colombiano. Sin embargo, hay que tener sus dudas, muchos críticos consideran que una de las mejores obras de la “sicaresca” es La Virgen de los sicarios, que quizás muchos de ustedes leyeron o vieron la película. La estética que maneja Fernando Vallejo en esta novela es un yo personal que circula por Medellín en busca de muchachitos jóvenes para tener relaciones sexuales y en ese deambular lanza críticas a la iglesia, al estado, a los políticos, a los gramáticos, pero ese sentido crítico del autor era algo que ya venía trabajando en otras de sus obras desde hace 15 años, así que no se trata de una estética nueva. En este punto me pregunto: ¿qué hace que el sicario se vuelva tan famoso?, ¿y cómo tiene que ver esto con ese otro metadiscurso que es el narcotráfico, telón de fondo, que sirve para criminalizar muchas cosas y la literatura no está exenta de esto? Antes América Latina vendía realismo mágico, ahora vendemos realismo ficción, como se le llama. Pasamos de mirar a Remedio „La Bella‟ a los sicarios de Vallejo. Son maneras de leer aspectos culturales que se producen.

En el caso de Bolivia me interesó observar cómo los discursos oficiales cargaron o reciclaron antiguos discursos de artistas contra los indígenas, cultivadores tradicionales de la hoja de coca. Hay toda una producción de novelas que no escapan del valor de la hoja de coca desde la ficción, desde lo que está pasando, y eso se remonta incluso a 1600. Toda esa producción literaria a la que la prensa podría acercarse como quien se percata de un archivo de memorias alternativas, revela cómo prácticas antiguas narradas con mucha naturalidad en la literatura de pronto, con el tiempo, se criminaliza. Si la prensa quiere tener acceso a ese bagaje debe ir a las novelas, pues resulta que la literatura tiene una forma de informar maravillosa.

Voy a hacer ahora una lectura más puntual de México para lo cual contaré dos historias cortas. En 1962, cuando el término narcotraficante empezaba a circular en la prensa, según Luis Astorga, se publicó un libro titulado Diario de un narcotraficante, autoría de A. Nacaveva, un texto que se volvió clásico. La obra empieza con la siguiente advertencia: “Querido lector espero que esto te guste. Hice un montón de esfuerzos para que tu recorras el peligro y mi único interés es contar la realidad”. Lo que hace en adelante Nacaveva es hacerse pasar por un narco a fin de observar el proceso de siembra de cultivos ilícitos, el procesamiento de la hoja de coca y, finalmente, la venta. El autor, en su afán por narrar la verdad pasa la frontera con Estados Unidos con un paquetito, allí lo arresta la policía, lo deportan y al regreso es torturado. Como Nacaveva pretende atrapar esa realidad, se ve obligado a asumir los valores de esa realidad, y es así como termina involucrado en hacer ajustes de cuentas y otras acciones por jamás toma distancia de la realidad que narra. Al final, el autor se fascina con esa realidad, pero su libro no es un testimonio porque él se hace pasar por un narco, tampoco es un trabajo antropológico porque no acude a la diferencia del otro, como texto periodístico es bastante problemático por la falta de distancia y como novela puedo decir que es un texto muy malo. En el texto de Nacaveva no hay cielo, no hay olores, los personajes que aparecen no llegan a ser personajes, no hay una definición del género y para los lectores resulta un problema eso porque no sabemos a qué nos estamos acercando. Ahora permítanme acudir a otra novela que considero maravillosa, desconocida pero maravillosa, llamada La novela inconclusa de Bernardino Casablanca, en la que el autor, César López Cuartas, se inventa un diálogo entre su personaje Narciso Capistrán y Truman Capote. La trama gira en una invitación que le hace Narciso a Capote para que vaya a su pueblo, Guasachi, Sinaloa, porque quiere hacer una novela sobre un asesinato que ocurrió allí. El personaje mexicano le relata al escritor estadounidense cómo fue el crimen y es en esa lógica en la que la novela juega con unos diálogos, una suerte de metanarrativa, que se convierten en toda una reflexión de lo que es hacer literatura. En una de esas conversaciones Capote le dice a Narciso cómo debe escribir y el mexicano le recuerda él tuvo acceso a los expedientes, habló con los jueces, con las gentes cercanas a las víctimas, inclusive con los culpables, mientras que él no puede hacer lo mismo en su pueblo, les está prohibido. Narciso le dice a Capote que A sangre fría nunca se hubiera podido escribir en Guasachi. Y aunque esto se parezca un chiste es la realidad, pues no es solamente que no se puede escribir una novela de este género en México, sino que no hay las condiciones para que una novela de este género exista. Las limitaciones de los géneros siempre son las limitaciones de una realidad política; uno escribe lo mejor que puede, pero también cómo la realidad política te deja escribir.

Voy a terminar mi intervención citando las crónicas del periodista Javier Valdez, quien está con nosotros aquí. Lo hago porque creo para mostrar también cómo se puede leer una crónica. Las notas de Valdez aparecen en el semanario Río Doce, son textos cortos, de unas 800 palabras, ocupan un pequeño espacio y cuentan cosas que han pasado: asesinatos, saldos de cuentas, primos, pobres, policías. Todos se disputan allí, en ese espacio, el lugar de la víctima o del victimario, no está clara la trama en dónde se distingue el bien y el mal, lo que hay son dramas humanos. Creo que en sus crónicas, Valdez se convierte en un cuenta-cuentos puesto que se encarga de recoger las historias de esa realidad y las convierte, las transforma, en ficción. Para mí la lectura de esos textos es el registro de un proceso, no diría que inverso al proceso civilizador, pero sí un proceso de otra forma de convivir con la violencia; cómo las formas de la violencia se naturalizan, se vuelven esa cotidianidad en donde es difícil registrar cuál es la diferencia entre el bien y el mal. Es una diferencia difícil de registrar porque las disposiciones y los individuos no son claros. Lo interesante de estas crónicas es que para narrarlas Valdez utiliza un lenguaje coloquial y las metamorfosea a través de la ficción para devolver a la realidad de donde las crónicas surgieron y hacerlas legibles para todo el mundo. A veces, la realidad cruda inclusive para los lectores se vuelve demasiado sobrecogedora, la crónica nos presenta ese lado humano y esa realidad sobrecogedora se vuelve propia de alguna manera, se vuelve entendible. La lectura de la literatura les da a los periodistas la comprensión de los otros lenguajes, no es tan difícil acceder a esos otros lenguajes, la literatura al acercarnos a esos universos pequeños no dan cuenta de la realidad en macro también.

El difuso y complejo mundo de narrar el narcotráfico

Cristian Alarcón, chileno, periodista y escritor

En la trama de la violencia cotidiana de los territorios la convivencia entre lo apasionado de la telenovela, el melodrama, y el negocio de la sobrevivencia, la política, son para mí la clave para poder permanecer, estar y tratar de comprender un poco más los territorios de violencia como periodista. Sucede que solamente se puede acceder de alguna manera a esa noción de la que hablo en un trabajo de permanencia con determinado personajes y en determinado territorio. Para escribir el primer libro sobre jóvenes ladrones, titulado Cuando me muera quiero que me toquen cumbia, pase tres años con un grupo de pibes chorros cerca de Buenos Aires. En mi último trabajo, que acabo de terminar, pase cinco años con pequeños narcotraficantes peruanos que residen en la capital argentina. En el primer libro, estaba convencido de que lo que tenían que lograr era evitar que el protagonista, “El Frente Vital”, se convirtiera en un santo de los pibes chorros, mi propósito era lograr una tensión dramática para que el lector no dejara el texto en un recorrido, por ejemplo, entre la Boca y Belgrano. Para alcanzar mi propósito busqué un tono narrativo y construí un antagonista del pibe chorro y para ello me basé en un personaje maldito del barrio de San Fernando, de la Villa 25, que era el dealer, alguien que no respetaba los viejos códigos de la delincuencia, quien había tenido escenas de combate casi discursivo con “El Frente Vital”. Mientras “El Frente Vital” es el joven ladrón que defiende a la comunidad, el dealer la ataca. Para entonces no había investigado la vida del dealer, a quien apodaban “el Tripa”, muerto en una escena al mejor estilo Fuente Ovejuna por una comunidad cansada de sus desafueros. Supe quienes estuvieron detrás de ese asesinato, pero no fui a los territorios para investigar quién cometió crímenes, cuánto cobró y cómo funciona el negocio, sino para recuperar la historia que me había propuesto. El tema es que pasado dos años de la publicación del libro encontré que había cometido una especie de error con “el Tripa”, pues no había explicado quién era, cómo llegó a ser lo que fue. Así que se me ocurrió que debía escribir sobre los “transa”, esa es la palabra que se usa en Argentina para definir a el pequeño y mediano tráfico. 

El narcotráfico tal y como lo concebimos en Argentina es otra cosa distinta a la de la realidad latinoamericana; es una sustancia que se consume en Europa luego de ser enviada en barcos por toneladas, es un negocio de mano blanca en el que todavía no aparece, no permea, la violencia. Sin embargo, la violencia está en los territorios, está en la convivencia cotidiana. Esa investigación me llevó de nuevo a trabajar en esos territorios, pese a que había dicho nunca más vuelvo a trabajar allí. Así que empecé por realizar una “casting” de personajes de la vida narco, de la vida “transa”, pero al concluir esa labor ocurrieron dos cosas: por un lado apareció la pasta básica de cocaína y se rompen las lógicas de un país con un estado muy fuerte y muy presente que mediante el clientelismo había logrado sostener un cierto nivel de baja intensidad de la violencia en los barrios. Pasa eso y pasa que para poder trabajar en profundidad el texto no podía esquivar nuevamente el territorio, porque ocurre que el territorio tiene una lógica y en sí mismo se convierte en un personaje muy complejo que estoy obligado a contar. Así las cosas, acudí a la villa 1-11-14, donde viven unas 80.000 personas, según las cifras oficiales 30.000. Fue allí donde se instaló la diáspora peruana que huía de la violencia de Sendero Luminoso de los años 90. Se trata de migrantes con una característica particular, se trajeron no sólo a sus familias sino al Perú que dejaron atrás, sus modos de vida, sus nexos familiares, sus redes de amigos. Detecto aquella comunidad, los conozco, los entrevisto, empiezo primero por los pequeños soldados, jóvenes de 16 a 21 años que trabajan por un sueldo custodiando las esquinas de la villa, pequeños pasillos con construcciones similares a las de El Callao o a las de San Juan del Lurigancho, lugar de procedencia de muchos de ellos. Esa comunidad migrante tiene una lógica económica particular, traen sus aprendizajes de lo rural con sistemas de créditos de lógica andina, el pasanaku una forma colectiva de ahorro por cuotas cuyo monto total se entrega por turnos entre los ahorristas. El tema es que así es como cada uno de los participantes reunía los 1.000 dólares con los cuales podía comprar un kilo de cocaína para revenderlo y construir su propio capital. Así que empecé a cubrir y descubrir esas lógicas en el territorio.

Cuando uno llega al territorio se pregunta cuál será la trama, cuáles mis personajes y cómo los elijo, porque lo uno quiere contar es una historia de largo aliento. En ese punto suelo acudir al método de trabajo que nos enseñó Ryszard Kapuscinski, el maestro polaco, en un taller realizado en 2001 en Ciudad de México por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano y que nos cambió la vida a un puñado de reporteros que estuvimos con él. Se trata del “doble taller”, que consiste en un espacio de construcción narrativa y política que se realiza a partir de las anotaciones al margen de la reportería diaria para nuestros medios de prensa, aquellos  apuntes que no tienen cabida en la nota y el espacio asignado. No tengo gran expectativa con lo que va a ocurrir con los diarios, no pasamos por el momento más optimista sobre lo que va a ocurrir con nuestros medios y sobre todos con los medios escritos y de papel, por lo tanto toma mayor validez el proyecto personal. Eso es lo único que nos puede evitar un fracaso estrepitoso en el mediano plazo. Lo que nos enseño Kapuscinski, el “doble taller”, tiene un límite, yo lo hice durante tres años mientras contaba los crímenes de la guerra de los peruanos, y el límite es la seguridad personal. El límite es cuando ese relato periodístico cubre la investigación etnográfica. Hubo un momento en el que yo no pude volver más a la 1-11-14, a cambio de adentrarme en el territorio tuve que sacarme de adentro a la gente para poder ver desde afuera. Fue en aquel momento cuando decidí elegir a una familia para contar la historia que me había propuesto y así fue que conocí a la familia de Alcira, de 38 años, hija de bolivianos, viuda de dos narcos; de un boliviano al que mataron cuando ella tenía 18 años y de un dealer peruano. Ella es un personaje que está inserto en toda esa trama, más compleja, de ex soldados de Sendero Luminoso que entendieron las lógicas del narcotráfico y las reproducen con mucho éxito en Buenos Aires. Me quedo con esa familia, me dedico a visitarlos en mis tiempos libres, pero en algún momento de mi trabajo rebasé la lógica etnográfica para obtener información más allá de lo que yo podía imaginar. 

En ese nuevo libro no hay la posibilidad de agotar la idea de la verdad, lo que yo cuento es verdad en términos de la trama. Es por ello que debí, por ejemplo, convertir seis personajes que había allí en los territorios en uno sólo para evitar que los mataran y sin embargo, para mí ese único personaje, que son seis a la vez, es real. Para poder producir los temas que quise contar tuve que construir 10 voces de distintos personajes, incluido la protagonista y el narco mayor que termina por darme cinco entrevistas en la cárcel. Ese relato, después de tanto tiempo no está parado en la frontera del periodismo, ni está parado en la frontera de la ficción. Lo que ocurre es que es tan complejo el fenómeno del tráfico de drogas que como periodistas caminamos hacía un lugar nuevo en el que vamos a tener que enfrentar muchos dilemas éticos. Se me ocurre como hipótesis que la única manera para cruzar esa frontera es arriesgarnos a construir relatos de trama, en donde la idea de objetividad, en donde el dato crudo, sea lo más importante. Aquella idea del periodista que aparece para darle sentido a alguna escena es algo peligroso, porque el autor puesto en el territorio es consciente de que también se construye. Sería absurdo pensar en presentarse como cronista tal cual se es, acaso ni interesa. Pero soy muy maquiavélico y hago circular a ese cronista a través de mi historia porque necesito que el lector me acompañe con un narrador verosímil. Es a ese cronista al que además la protagonista le propone una relación filial, una relación de profunda amistad y confianza, le pide incluso que sea el padrino de un suyo hijo, el más vulnerable, el “Juancito” del libro, al que conozco de un año y que ahora tiene seis. Ese cronista de mi libro se niega sistemáticamente a ser el padrino del niño porque así se lo enseñaron en la Universidad Pública Nacional, cuando cursó antropología I y II, y se lo enseñaron sus profesores al advertirle que el periodista no debía traspasar ciertas fronteras. Ese cronista le explica a ella en el libro esos, sus argumentos, pero la mujer se los derrumba con preguntas y afirmaciones. Pese a mantenerla a raya, un día ella, Alcira, entra en una de sus crisis cíclicas y me cuenta, a mí el cronista, que tiene miedo de caer en manos de la policía o de los competidores en el negocio del tráfico, así que me vuelve a plantear de nuevo sus miedos por el “Juancito”. Ante tal situación le dijo que no voy a adoptar al niño y ella me responde que no es eso lo que quiere, sino que yo lo vea de vez en cuando para que él sepa que existían otras formas de vida. En ese momento se me derrumbaron todos esos aprendizajes burocráticos. Ahora el “Juancito” tiene seis años, está cambiando de escuela. La última conversación con ella, cuando le di a leer el material en el que aparece le explicó lo siguiente: “comadre usted va a leer la historia de un personaje que está construido y seguramente me va a decir que todo es verdad, pero no necesariamente lo es, porque cuando usted habla aquí no es necesariamente usted; entonces no me juzgue, no me juzgue, sino siente que no es y dígame si realmente estoy mintiendo”. Ella lo leyó y me dijo que se había enterado de cosas de ella misma que ni siquiera sabía. La idea es esta, hubo un personaje al que no entreviste, con el que pase tres años y habla a lo largo de seis páginas pero nunca había hablado en realidad. Me refiero que en esa frontera difusa, compleja es en la que estoy decidiendo moverme como periodista y escritor que trabaja el tema narco.

Carta de invitación para escribir y leer

Juan Rodríguez, mexicano, periodista y escritor

Las novelas y los cuentos permiten crear un lenguaje común para entendernos y comprendernos más. Para un periodista es fundamental la lectura constante de novelas, pues cuando uno es reportero aprende a detectar quién miente. En el caso de la literatura las mentiras son el mecanismo para decir la verdad de esa ficción. Las novelas policíacas son un género lleno de polisemia: esta la novela negra, la de policías y ladrones, la del cuarto cerrado, la del misterio, la del suspenso. 

En el caso de quienes hacemos novelas policiacas en México -ahora hay todo un boom junto al tema del narcotráfico- tenemos los problemas que tienen todos, pero voy a referirme a uno en especial del que dio cuenta don Vicente Leñero en un decálogo, confieso que a mí no me gustan los decálogos, en el que nos dijo que no se nos ocurriera en México al escribir sobre novela policiaca incluir tramas en las que las investigaciones transcurrieran a la par con pruebas de dactiloscopia y autopsia de alto nivel porque eso no existe en el país. Es decir, no trasladar ese género literario a temáticas similares a las de CSI (en referencia a la serie estadounidense) porque estaríamos entrando al espacio que le pertenece a la ciencia ficción. 

Retomando el tema de las palabras, sin ahondar en polémicas, creo que es importante a la hora de escribir evitar el eufemismo, porque es necesario hacerle entender al lector cuáles son esas palabras que se han ido apoderando del lenguaje periodístico y que a veces se dan por entendidas. También podemos los periodistas y los novelistas, principalmente los periodistas, cambiar el lenguaje. Como decía Jorge Luis Borges: “el idioma no se hace en las academias ni en los claustros, se hace en los caminos, se hace en los pueblos, se hace en los mercados públicos”. Por ejemplo, la palabra “mafia” tiene varios orígenes, uno de ellos hace parte de una leyenda según la cual una joven siciliana fue violada por soldados franceses justo antes de su matrimonio. En venganza un grupo de sicilianos se armó contra los victimarios unidos por el grito: “Morte A la Francia. Italia Anela”, que significa “Muerte A la Francia. Italia Añora”. Cuando la mafia del sur de Italia llega a Estados Unidos nace como un sistema de defensa de los italianos oprimidos por irlandeses e ingleses.

Una de las frases chocantes entre periodistas y escritores es aquella que dice que el narrador está escribiendo para no olvidar, mientras que el periodista escribe para el olvido, que no hay nada efímero que el periódico de la mañana y eso no es cierto porque los diarios crean consensos, son un armas de defensa y acción inmediata. En un diario de Sinaloa de 1944 leí que para entonces encontraron cultivos clandestinos de adormidera y amapola, de inmediato me pregunté: ¿por qué no pusieron marihuana y goma de opio? Si la amapola es una flor tan bella que hasta tiene canciones. Por eso insisto que hay que poner las palabras que corresponden, sin eufemismos, el reportero debería haber puestos cultivos de marihuana que era una planta que en aquella época sólo la conocían los soldados y los presos. Con mucho cariño recuerdo una novela que me gustó mucho de Ciro Alegría, autor que en su momento fue dejado de lado por costumbrista, El mundo es ancho y ajeno en el que hay un capítulo largo y minucioso dedicado a explicar el cultivo y procesamiento de la coca; cómo se corta, cómo se pone a secar, cómo se le quita la piel. 

Claro está que es muy difícil pensar que en un país, que en un continente, donde el nivel de lectura es bajo, agobiados además por la televisión y por otras miles de cosas, dejar de lado esa oferta de entretención para tomar un libro y el diario del día. Así que aquello se convierte en un reto para el periodismo, mucho más cuando el momento que estamos viviendo en México, con el narcotráfico, es difícil y eso nos exige hacer un gran periodismo, a fuerza de narrar, de escribir. La novela y el periodismo pueden crear milagros secretos. Recuerden el caso del Zar Nicolás II cuando leyó Memorias de un cazador de Iván Turgueniev, le conmovió tanto que decidió liberar a los siervos de toda Rusia. Para finalizar los invito a todos a que hagamos novela, leamos novela, leamos periodismo, practiquemos el periodismo y más que nada recuperemos la misión fundamental de los libros, de literatura.

El lenguaje de la calle en televisión

Gustavo Bolívar, colombiano, escritor y libretista

Para ir al tema que nos convoca quisiera entrar en la polémica de las “trampas semánticas” y en ese sentido quisiera llamar la atención sobre el uso en Colombia de la palabra “presunto” y que suele anteceder a los narcotraficantes, no sé si los periodistas lo usan por temor o por otra razón. Cuando Pablo Escobar ya había derribado un avión, había financiado grupos paramilitares, había asesinado a tres o cuatro candidatos presidenciales, tenía una gran fortuna, miles de hectáreas de tierras y pese a ello la prensa le decía “el presunto narcotraficante”. Sino nosotros estamos en esto y no podemos decir “el narcotraficante Pablo Escobar”, no entiendo por qué tenemos que estar blindados frente a ellos, por qué tenemos estar arrodillados frente a ellos, por qué tenemos que tener miedo frente a ellos. También defiendo la evolución del lenguaje y los marginales que inventan lenguajes alternos lo hacen para protestar contra esa sociedad que los margina y en parte para crear códigos de amistad o enemistad entre ellos. A propósito de esos lenguajes recuerdo ahora la riqueza del lenguaje de algunos pandilleros de Bogotá y de los narcotraficantes así que a continuación citaré de algunas expresiones que les son propias, por ejemplo, para referirse a un arma dicen: el tubo, el boquifrío, el fiero, la niña, la pistola, el guayo; a un amigo le dicen: el ñero, el perrito, el parcero, el chino, compa, llavería o marica; al enemigo lo llaman: pirobo, percanta, pichurría, gonorrea, garnufia, virulea, coscorria, garbimba y si quieren hacerlo más contunden le ponen un prefijo y le dicen triple garnufia, doble garbimba y cualquier otra. Si el lenguaje no evolucionara, un pandillero le diría a otro: “mira Reinaldo aquel caballero luce adinerado, a por él. Si se enoja mucho, eso sí cuando desenfundes tu arma apunta bien para que los proyectiles ingresen a su corazón y lo enviemos al otro mundo”. Hoy, con el cambio del lenguaje, un pandillero bogotano lo diría así: “parcelo píllese a ese pirobo, parece que tiene las relucas. Hagámosle la vuelta y si se pone visajoso, métale tres fríjoles en el tablero y le ponemos la pijama de madera”.

En este momento estoy trabajando en la segunda temporada de una serie de televisión llamada “Pandillas, guerra y paz”. La trama está dominada por este lenguaje y no soy quien se lo inventa, para crear los diálogos reúno a los actores, algunos de los cuales son pandilleros reales, y ellos son los que aportan toda esa jerga. El glosario actual de las pandillas ocuparía un diccionario completo. Cuando propuse a la programadora que contratáramos pandilleros para esta serie, me respondieron ¡que cómo se me ocurría!, ¡nos van a acabar y el día que el director les diga algo le meten un tiro! Por cuenta propia decidí responsabilizarme de ellos, claro está que antes les hablé y advierto que no fue fácil el acceso a estos personajes, incluso a quien en la serie apodan “Pecueca” lo encontré en un calabozo y me pareció que su aspecto de cabello largo me servía para un personaje y le pregunté si estaba interesado en trabajar en televisión, le dije que había la posibilidad de hacer un casting, que le daríamos un curso. Él no creí, pero aceptó, fue al casting, le dimos el curso de televisión y lleva 10 años trabajando en televisión. En los cinco años que estos muchachos grabaron la primera temporada de “Pandillas, guerra y paz” nunca se perdió nada, jamás le faltaron al respeto al director, al escritor o a los productores, por el contrario fueron un ejemplo de comportamiento, lo que muestra a las claras que a estas personas cuando se les da una oportunidad la aprovechan, porque a nuestros países lo que les faltan son oportunidades. Nuestros narcotraficantes no nacieron en Canadá, nacieron en las calles de nuestras ciudades y, aunque no quiero justificarlos, su presencia en la sociedad es una muestra de los errores del estado. Lo peor de todo es que el modelo se repite y no llegan las soluciones. De mi parte pediría que se analizara el tema de la legalización y de una inversión social muy fuerte en los países que somos cobijados por el narcotráfico.

CAPITULO III. ANTROPOLOGÍA

Trabajo de campo en los barrios

Phillipe Bourgois, estadounidense, antropólogo

Empezaré mi intervención con un regreso al pasado. En 1979, cuando los sandinistas derrocaron a Anastasio Somoza en Nicaragua, los antropólogos burgueses podíamos todavía tomar el fusil miliciano y levantarlo en el aire sin tener vergüenza o pena porque había una cierta esperanza en las posibilidades de la lucha armada como fórmula para resolver los problemas y las injusticias en las sociedades latinoamericanas. Después de pasar ese periodo que fue extremadamente violento, aunque aclaro que se trató de una violencia diferente a la actual, ingresamos en un momento de la historia derivado de la “guerra fría”, de la que aún hoy tenemos la resaca, pues los discursos de entonces todavía operan en las guerras actuales contra el narcotráfico y el terrorismo. Basta sólo mencionar que las mismas personas que hoy articulan las políticas antinarcóticos de Estados Unidos fueron las mismas a quienes se les encargó un trabajo similar durante la “guerra fría”. Así las cosas, resulta útil entender sociedades como El Salvador y Nicaragua en aquel panorama de guerra civil de los años 80 y sus actuales formas de violencia manifiesta en formas tales como el trato interpersonal, la criminalidad, la delincuencia organizada, los actos domésticos, además de la invisibilización y la normalización de esa violencia. Una violencia como esa entra en una metamorfosis que pasa de una violencia simbólica a una violencia normalizadora, entendida como aquella que hace invisible las estructuras de legalidad y normaliza palabras indeseadas. Esto último no es de ninguna manera culpa de los periodistas, creo que al contrario los periodistas deben tirarle la piedra a los académicos porque ellos tiene la posibilidad de hacer un trabajo más amplio sobre el fenómeno del narcotráfico para tratar con cierta distancia de organizar el tema, ver el significado y no llevarlo al plano simple de la criminología. Mientras los periodistas están cada día en la lucha del día a día, con el editor, con la emergencia del cierre, es obvio que poco pueden gozar de ese lujo que sí poseen los antropólogos, el de tener tiempo suficiente para investigar.

Pero volvamos al tema de Centroamérica. La zona misquita de Nicaragua se convirtió en un área de guerra antisandinista y de nacionalismo cultural apoyada en su totalidad por la CIA. En aquel momento para mí fue muy importante ver cómo toda esa movilización se convirtió en una marcha contra los AK-47 y los M-16 enviados por Estados Unidos. Pero allí sólo estuve un tiempo porque luego fui a El Salvador, a una zona de control del FMLN (Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional) que coincidencialmente a mi llegada fue invadida por el gobierno con bombardeos y la posterior entrada de las tropas que a su paso dejaron una estela de muertos. No exagero si les digo que allí sobrevivieron los que más pudieron correr. Tras mi paso por Nicaragua y El Salvador el camino me llevó a seguir otras movilizaciones sociales y populares en países de la región como Costa Rica, en cuya zona bananera se registraron tomas de tierras de oligarcas por parte de militantes del partido comunistas. En la actualidad todo aquello ha desaparecido completamente, esa zona pasó a ser es una pequeña área de influjo de la cocaína, no mucho, pero suficiente para tener piedra (una denominación para el crack) en las calles, en pueblitos donde hay campesinos humildes. De ahí surgió un libro mío que casi nadie leyó hasta ahora llamado Banano, etnia y lucha social en Centro América, del cual  se vendieron 1.800 copias.

En 1984 regresé a Nueva York para dedicarme desde entonces a estudiar el fenómeno que doy en llamar “U.S. Inner city apartheid”, o “apartheid del gueto americano”, un estado social cargado por el miedo producto, en parte, por la segregación racial y de clase. En Nueva York viví con mi familia durante cinco años al lado de una casa de crack, claro que el crack no existía recién llegué allí. En realidad aquella droga hizo su aparición por el vecindario seis meses después de mi arribo. Para entonces, la palabra crack no existía y su llegada a la zona aumentó vertiginosamente la violencia. Cada familia del lugar podía cocinar crack en su propia cocina con solo 20 dólares de capital y hacer 40 dólares de ganancia, lo que desató una lucha violenta por el control de cada esquina. Mucha de esa violencia era instrumental, era un capital necesario que cada joven del barrio necesitaba manejar a falta de control, así que se usaba para prevenir la violencia y para demostrar la violencia personal y de paso ganar reputación y no mostrarse débil. Debo decir que allí muchos tenían mucho miedo porque yo era muy débil, aguantaba cualquier insulto, por eso se ofrecían para ejercer violencia en mi favor pero yo me negaba. Aquellos personajes de mi barrio en ese Nueva York del crack no eran propiamente una pandilla, habían sido en el pasado una pandilla muy tradicional llamada la “mafia boba”, pero en aquel momento trabajaban para un hombre que era el más carismático del grupo y quien controlaba tres puestos de venta con un gerente en cada punto con la posibilidad de organizarse cómo querían. Se ganaba por porcentajes de  15 dólares, que equivalían a tres paquetes de crack, por cada 100 paquetes vendidos. La venta era aburrida, lo único que no era aburrido era el miedo a la violencia. Cuando yo les preguntaba por qué no había pandillas en Nueva York ellos decían que era por culpa de la heroína de los años 60 que había borrado la solidaridad, la estabilidad y la disciplina necesarias para las pandillas, además ocurrió es que no existían lugares para pandillas, no había suficiente estabilidad para que alguien protegiera una esquina porque las familias se movían constantemente de sus casas porque los propietarios las incineraban para obtener el desembolso por los seguros con lo cual podían volver a edificar. Luego me mudé a San Francisco y en aquel lugar sí pude hacer una investigación con una pandilla que controlaba la cuadra del barrio al que llegue. Se trataba de pandillas con las que era fácil interactuar porque eran muy tradicionales y ejercían pequeñas formas de violencia. Con el tiempo la cuadra desapareció al igual que la pandilla, porque entraron un montón de millonarios y construyeron propiedades de un millón de dólares en ese sitio. Tras aquella corta experiencia en el gueto californiano me dediqué a trabajar con gentes sin techo, con indigentes, por espacio de doce años, y quienes se dedicaban en gran parte a vender droga pese a ser adictos, lo que les daba muy poca independencia.

Mi actual investigación transcurre en un barrio de Filadelfia. Desde mi apartamento se pueden ver las fábricas cerradas, no hay trabajo ahora en aquel lugar que antes fue una zona industrializada y próspera. Ahora el único empleador de fácil acceso para los pobres es la venta de droga, una droga que coincidencialmente tiene por nombre work, que quiere decir trabajo. Es increíble. El sistema de venta en el barrio consiste en que hay un hombre, que ni siquiera vive en la cuadra, al que se le paga un alquiler por el derecho de vender en la esquina. Para mí es muy difícil entender por qué le pagan tanta plata a ese hombre, la cosa es que él es el responsable de la violencia cuando se necesita de violencia. Cada familia allí, metida en el negocio compra una cantidad determinada de droga, un kilo a lo máximo, con todo aquello arman pequeños paquetes que cuestan diez dólares. Cada uno de esos paquetes está marcado por un timbre, con un nombre, que define la reputación del producto por su calidad. Cuando sale una nueva etiqueta al mercado dan muestras, no muchas, unas cincuenta, así que corre la bola por todo el barrio de que se abrió un lugar donde están dando muestras y si son buenas la gente corre hacía allí para probarlas; por supuesto, las cincuenta muestras se acaban en unos 15 minutos. Una vez sale a la venta la nueva etiqueta de la droga los traficantes contratan a un gerente que gana tres paquetes por cada 13 que venda, o cuatro por cada 14, el problema es que hay demasiados jóvenes que quieren trabajar en eso, entonces el gerente limita las horas que cada persona trabaja para que todos los jóvenes de la cuadra tengan la oportunidad de ganar un poco de dinero. El cálculo es que cada joven de esos vende entre 30 a 40 paquetes, luego de lo cual le da el turno a otro para vender. Esto resulta ser muy útil para disfrazarse de la policía, que es bastante corrupta y violenta, porque hay como cincuenta personas que venden en una semana, las caras cambian a cada rato. Ahora no vivo en aquel apartamento de tiempo completo, pues ya tengo 52 años, pero puse a un estudiante a vivir allí y voy cada tanto tiempo. Sin embargo, hace poco mientras hacía una entrevista con uno de los vendedores del barrio, con todo y grabadora, llegaron tres vehículos civiles al lugar, de ellos se bajaron varios jóvenes de 22 a 24 años con armas, nos dijeron que no nos moviéramos, todos los que estaban allí se tiraron al piso, boca abajo con las manos en la cabeza, pero como yo no tengo el capital social para saber qué hacer en esos momentos hice otras cosa, lo que fue interpretado por los policías como una ofensa, así que me golpearon hasta fracturarme una costilla, me llevaron a un cárcel donde estuve durante 18 horas y luego me acusaron de drogadicto para legitimar todo esto, eso fue lo peor porque me vi envuelto en la espiral del sistema judicial que te hace perder dinero y tiempo. Demostrar que no soy drogadicto me costó 10.000 dólares, hasta ganar el pleito, por eso ahora la policía tiene miedo que yo arme una demanda contra ellos así que les propuse no demandarlos a cambio de una carta, no para que me protegiera de otro posible arresto, sino para no volver a perder otros ocho meses y 10.000 dólares de trámites para demostrar que no soy consumidor de alucinógenos, sino un académico.

Volverás para decirme adiós y te regalaré un secreto

Juan Cajas, colombiano, antropólogo

Soy antropólogo de oficio y cartógrafo de otredades. Para esto que voy a explicar traigo a recuerdo una anécdota: el sociólogo y escritor colombiano Alfredo Molano en uno de sus textos decía que había estado realizando un trabajo de tesis para una universidad francesa sobre la colonización del Ariari (en el departamento del Meta, sureste de Colombia). Molano decía que de un lado tenía el curso sociológico y su peso académico y del otro, en un cruce de caminos, a unos personajes que fueron el objeto pleno de su tesis de grado. Su director de tesis, imagino un señor de esos de birrete y bombín, leyó el trabajo y le dijo: bueno la parte literaria está muy bien, pero la parte sociológica se va por otro lado. Molano recuerda que efectivamente el relato iba por un lado y la sociología por otro, así que le tocó elegir, se fue con los personajes y dejó de preocuparse por la tesis de grado. Creo que fue lo mejor porque ganamos a uno de los mejores narradores colombianos. Algo parecido, claro no escribo tan bien como Molano, me pasó a mí. Cuando yo me iniciaba en la disciplina antropológica igual notaba esa preocupación de mis maestros, porque siempre referían al tema de que estaba bien que hiciera uso del lenguaje pero hay marcos teóricos, ejes conceptuales, hay cierto linaje de categorías que hay que usar. Eso me lo decían unos, pero otros como Santiago Genovés, un viejo navegante al que suelo llamar “el señor de las balsa, me decía en cierta ocasión que había cruzado el Atlántico tres veces, la última vez lo había hecho en la embarcación llamada El Álcali, a fin de probar actuaciones de comportamiento en situaciones límites, material  con el luego escribiría un librito llamado El mar los peces y yo, una narrativa fantástica de su viaje a través del Atlántico. Genovés me aseguró que todo es prescindible, porque finalmente los hombres se dividen en tres: los muertos, los vivos y los que han ido al mar. Desde aquel momento no me preocupé más y eso me permitió tomar mi propio camino.

La antropología Cliford Geertz busca fundamentalmente la ampliación del discurso humano, en ese proceso uno se encuentra con una serie de personajes, algunos de los cuales parecen de ficción, pero no lo son, al contrario son reales. Alguien dice que uno en la literatura no encuentra a los personajes, no los construye, sino que los personajes vienen al encuentro de uno. Eso mismo sucede en la antropología; a lo mejor en la literatura se construye el sujeto, se construye la ficción, pero en la antropología el trabajo de campo y la observación participante lo ponen a uno de cara con los personajes. En el campo que nos ocupa eso implica, como dice Denis Rodgers en alguno de sus trabajos ir a los lugares donde se produce la violencia, no puede ser de otra manera. Normalmente los investigadores trabajan con encuestas o trabajan desde afuera, es decir, desde el lado de la víctima, pero acercarse a los productores, a los generadores de violencia, implica otro tipo de acercamiento, otro tipo de reflexión. Ese tipo de acercamiento no lo da ninguna metodología, ahí hay que acudir a hombres como Emil Michel Cioran que dice cosas como: “la vida es sólo una hipótesis de trabajo”. La antropología es un proyecto de vida como lo es el periodismo o la literatura, así que a partir de eso uno genera sus propias estrategias de vivencia. Ir a los lugares de violencia implica riesgo, implica penetrar la otredad del miedo, implica cuestiones políticamente correctas, implica jugar con esto de las trampas semánticas, y es que la trampa semántica no pueden existir para quien se siente seducido por los marginales, por esa otredad, porque de alguna manera el investigador, el autor cuando trabaja con sus personajes, de alguna manera está se está inventando como personaje. En mi caso vivo en México pero soy colombiano y decía Jorge Luis Borges: “ser colombiano es un acto de fe”. Por eso, a pesar de llevar más de 20 años en México no me he nacionalizado mexicano porque yo asumo mi marginalidad como colombiano. Me gusta ser colombiano. 

En este mundo de la narcocultura, así se le ha llamado, a mí no me gustaba en principio mucho esta palabra, prefería más el concepto de subcultura, pero luego fui entendiendo que hay palabras que se construyen y hay palabras que tienen arraigo dentro de la gente y ya las hacemos de uso común. Yo comparto con Luis Astorga, por ejemplo, que la expresión “cartel” o “cártel”, pensada desde la disciplina económica da una definición concreta, pero en el escenario de la narcocultura es una palabra de uso común difícil  de sustituir por otra. En algunos lugares del norte de México no hablan de “cárteles” sino de “la maña”. La gente dice: “no, es que a mí me gusta la maña, yo estoy en la maña”. Como en Colombia dicen: “yo estoy en el truquito, en la maroma”. Los colombianos José Ignacio Henao y Luz Estela Castañeda en su texto Diccionario de Parlache recogieron más de 1.500 palabras de uso común en esos ámbitos marginales, en el ambiente de los traquetos. Lo curioso es que ese tipo de lenguaje ha invadido a otro tipo de sectores que nada tiene que ver con la delincuencia, ha invadido a las clases medias, ha invadido clases altas, y es algo que se amplía. Es una invención de los términos, de los vocablos. En México por ejemplo no se dice: “no vamos con los amigos”, se dice: “me voy con la banda”. Aún más, se dice: “me voy con la banda a bajar un kilo de tequila”, ¿un kilo? Sí, un kilo de tequila. En Colombia uno dice: “me voy con los parceros”. Escribía Francisco Celis, un periodista colombiano estudioso de esa maravilla que es la lengua viva en la boca de sus hablantes, que no se explicaba cómo el adjetivo podría recargar aún más la violencia propia en sustantivo y lo decía refiriéndose a esta expresión: “¡gonorrea, hijueputa!”, como se dice en Colombia. La expresión “gonorrea” qué tiene que ver, pero es de uso común. Mis amigos clase medieros en Colombia utilizan la expresión de mayor a menor, no sólo los adultos, los menores también la usa. Ese tipo de expresiones tienen un campo, un lugar, que requieren una explicación antropológica. Pocos estudios se han hecho sobre la narcocultura. En el caso de Colombia podríamos acudir al texto inaugural No nacimos pa’ semilla de Alonso Salazar y de ahí en adelante a todos los textos en el rubro de la sicaresca que se han dado. En México el tema ha sido tratado por algunos periodistas, como por ejemplo Contrabando de Rascón Banda, quien tuvo que morirse para que publicaran su libro. Igualmente encontramos otros trabajos como el de Julio Scherer titulado La reina del Pacífico, o de Ricardo Ravelo, quien también en algunos de sus textos recupera varias de esas expresiones del mundo marginal.

Es un universo paralelo este del narcotráfico, pero es algo que está muy arraigado en nuestras sociedades. Habilitar este tipo de discursos, este tipo de mirada, exige medir cierta capacidad de riesgo, implica generar estrategias para que esto no se vuelva un problema, sobre todo con los informantes. Lo que escribimos es sobre la realidad pero no es la realidad. Hay un mundo oculto que sólo se puede develar participando en forma directa, de otra manera es prácticamente imposible hacerlo. Lograr recuperar a los sujetos desde adentro, desde sus propios lugares, desde sus propios escenarios, habilita una mirada más trasparente, una mirada más objetiva. Mi texto El truquito y la maroma yo lo centré en un personaje principal. Últimamente he ubicado a una de las informantes principales de ese libro quien me había dicho “quiero que cuentes la segunda parte de la historia, pero espera a que muera mi pareja”. Su pareja era un sicario que ya murió así que la última vez que vi a mi informante me dijo: “adelante, la historia es tuya, ya no me pertenece”. He encontrado que mucha de la información que uno posee es información que infortunadamente no se puede utilizar por el riesgo. Uno se enfrenta al riesgo de decir que es medio ficción, los personajes existen pero no hay datos para que el investigador termine en un ministerio público rindiendo una declaración, es como una forma de protección. Se nos vuelven personajes entrañables y en parte tienen que ver con un mundo que es muy seductor. Si uno tiene problemas de estómago lo mejor es no meterse en ese tipo de temas. 

Voy a leer un parrafito nada más:

“volverás para decirme adiós y te regalaré un secreto, la frase sonó de golpe a mis espaldas, brotó sorpresiva, casi de la nada, en un callejón oscuro del distrito de Agua Blanca en Cali. Di media vuelta con el diario de campo bajo el brazo y entonces descubrí a la informantes con la que acababa de grabar, desencantando, una entrevista larga y farragosa sin haber obtenido respuestas a mis preguntas más profundas. No supe qué decir, no obstante aquellas palabras contribuyeron a resolver el mensaje oculto de ciertas líneas de ida en un seminario de metodología y que aún no terminaba de comprender: atrévete a saber, ten el valor de servirte de tu propia razón”.

Bueno la frase era de Kant y en ella resumía el espíritu de la ilustración. Esa frase ustedes probablemente la hayan identificado, porque si provienen de familias funcionales tuvieron que haberles leído El Principito. Era parte de un lote de libros que habíamos llevado, porque así somos los antropólogos, románticos, tenemos algo de asistencialistas, entre misioneros y miembros de una ONG, regalamos libros. Justo cuando yo abandonaba el lugar mi informante me dijo eso y aquello me cayó al dente, o sea lo esencia es invisible para nosotros. Sólo se ve con el corazón. Así que cada tanto regreso a la palabra del informante: “volverás para decirme adiós y te regalaré un secreto”. Lo demás es de los lectores, los lectores son los que deciden. La opción es escribir para guardar en un anaquel, lo otro es decir hice un esfuerzo, ténganlo y disfrútenlo, y que el libro libre su propia batalla con los lectores.

La vida en la pandilla

Dennis Rodgers, británico, antropólogo

La pandilla particularmente es un fenómeno que desde hace mucho tiempo ha sido asociado con el narcotráfico. Existe la creencia que las pandillas son escuelas para el narcotráfico y que ser pandillero conduce a una carrera de narcotraficante. No dudo que eso puede pasar y no es una trayectoria inevitable y tampoco lineal, es más bien algo contingente. Mi trabajo como antropólogo ha sido con una pandilla de Nicaragua durante 13 años en un barrio pobre de Managua. Es el desarrollo de una etnografía longitudinal, basada en observación participativa. Pasé poco más de un año entre 1996 y 1997, luego tres meses en 2002, un mes en 2003 y 2007 y este año regreso nuevamente por un mes. Mi investigación se ha focalizado en la evolución de la pandilla del barrio como institución, su relación con el vecindario y también las trayectorias específica de pandilleros individuales. Antes de seguir quisiera hacer una parada para hablar de un uso semántico: estoy utilizando la palabra “pandilla” en su declinación nicaragüense, en referencia a un grupo de jóvenes varones entre 15 y 100 individuos que tiene en promedio de 7 a 23 años de edad, están asociados a un territorio bien definido, con prácticas violentas normativas. Aunque este tipo de asociaciones tiene seguramente muchos puntos comunes con los fenómenos sociales de los pandilleros en otros países, se debe entender que lo que estoy llamando la pandilla no es necesariamente lo que es una pandilla en Colombia o en Guatemala. Otra cosa importante de entender sobre las pandillas juveniles en Centro América es que las pandillas en Nicaragua no son las famosas “maras”. Los dos fenómenos tienen dinámicas muy diferentes y no se puede combinar. Las “maras” son un fenómeno con orígenes transnacionales, que están fundamentalmente ligadas a patrones articulados de inmigración, en Centro América afecta únicamente a Honduras, El Salvador y Guatemala. Las pandillas en Nicaragua son heredadas de agrupaciones juveniles históricas que tienen sus raíces en la transformación del país de los años 40 y 50. Sin embargo, el fenómeno es ahora muy diferente a lo que fueron sus inicios, debido en que en la actualidad es mucho más extendido, violento y goza de una dinámica diferente. Los orígenes del fenómeno actual en Nicaragua están ligados al fin de la guerra interna de los años 80 y al cambio de régimen en 1990. Como lo resume muy bien Eduardo Galeano en su libro Patas arriba al decir que: “en los años de la guerra, había paz en las ciudades de Nicaragua. Desde que se declaró la paz, las calles son escenarios de batalla de la delincuencia común y de la pandillas juveniles”.

Voy dar algunos apuntes metodológicos: primero deben saber que no fui a Nicaragua a estudiar las pandillas, partí hacía ese país en la búsqueda de la revolución, llegue tarde, en 1996, pero con un gran proyecto de estudiar las prácticas de solidaridad, de colaboración de los pobres frente a la crisis económica que golpeaba al país en ese entonces y que aún lo golpea. Para entonces tenía todo un marco conceptual súper elaborado sobre las prácticas de los agentes sociales frente las estructuras más amplías. Para decirlo de manera corta, no encontré mucha solidaridad o cooperación, pero sí halle bastante violencia. Adquirí la mala costumbre de ser asaltado constantemente por parte de pandillas así que seguí el consejo del dicho que dice: “si no puedes derrotarle únete a él” y eso hice, me convertí en “el chele” pandillero. “Chele” es una palabra en Nicaragua que tiene muchos sentido para significar que algo es muy blanco o alguien es muy blanco, generalmente se utiliza para los europeos en contraste con los gringos. Obviamente, fue una experiencia un poco insólita pero muy reveladora de la dinámica de la pandilla, pude participar de sus actividades y tener una experiencia carnal de la pandilla para retomar esa expresión. Hubo un efecto un poco raro del que me fije al final de mi primera estadía en Nicaragua en la única entrevista que hice con un policía, por supuesto que no me acerqué mucho a las autoridades, al final del encuentro el policía me dijo: “parece que usted saber algo sobre las pandillas en el distrito, usted no ha sabido nada de un pandillero apodado “el chele” que está operando”, le dije “no, no sé nada”. Nunca maté a nadie.

La nueva ola de pandilleros en Nicaragua del inicio de los años 90 incorporó jóvenes desmovilizados del Ejército Popular Sandinista y también de los contras, en el contexto del conflicto interno de ese país caracterizado por la polarización política interna, una violencia creciente y una inseguridad crónica. Hacer parte de una pandilla permitía a esos jóvenes seguir sirviendo a sus familias y amigos de manera mucho más eficaz como individuo. Los orígenes de las pandillas era una lógica de vigilancia social y hubo una rotación generacional de pandilleros a mediado de los años 90. Cuando yo llegué a Nicaragua por primera vez en 1996 los pandilleros que estaban no eran los mismos del inicio de los años 90. Era una nueva generación. Cuando llegué a Nicaragua las pandillas eran una presencia ubicua en los barrios pobres de la ciudad. Quiero hacer en este punto una nota de pie de página. Aunque Nicaragua es menos violenta que Honduras, Guatemala y El Salvador, la violencia en Nicaragua es mucho más alta según las estadísticas. Entre 1996 y 1997 la tasa oficial de homicidios era de 18 por cada 100.00 habitantes, en el barrio Luis Hernández, donde pude comprobar personal cada muerto la tasa de homicidios era de 360 por cada 100.000 habitantes. No estoy diciendo que la tasa de homicidios en Nicaragua era de 360 por 100.000, porque el barrio era particularmente peligroso. Esto es para indicar que hay violencia en Nicaragua, mucha de esta violencia es de pobres contra pobres, es una consecuencia de una violencia aún más grande la de la élite en contra de los pobres. La violencia pandillera de los años 90 aunque era muy prevalente obedecía a ciertas reglas muy definidas y cumplía un papel fundamental de organización social con la comunidad local. A veces los pandilleros justificaban sus guerras como actos de amor, ya que defendían a la gente de otras pandillas, se arriesgaban y se ponían en peligro por la gente. Las guerras pandilleras eran semi ritualizadas, pues seguían patrones muy fijos. La primera batalla entre pandillas rivales solía implicar peleas con piedra y puño limpio, pero cada nuevo enfrentamiento involucraba un escalamiento del armamento utilizado. De los palos a las navajas, de ahí a las botellas rotas, luego a los morteros caseros y por último pistolas, fusiles AK-47 y granadas de fragmentación. Aunque el ritmo de la escalada podía varias su frecuencia era siempre la misma, eso quiere decir que la pandilla nunca empezaba su guerra con pistola y esa naturaleza ritualizada constituía una especia de mecanismo reflexivo, porque la escalada es un proceso constitutivo, porque cada etapa exige una intensidad más grande, aunque bien definida de la acción, por lo tanto siempre está bajo el control de los actores. Al mismo tiempo, el proceso también proporcionaba a los habitantes del barrio un marco en cuyos límites podían organizar su vida y así funcionaba como un sistema de alertas tempranas. Si uno sabía que había una guerra de pandillas con palos y cuchillos, en los siguientes días había un tiroteo, así que la gente se quedaba en sus casas. Las guerras pandilleras se pueden considerar como actuaciones pausadas. Aunque dichos conflictos tenían consecuencias negativas en la población local eran sobre todo indirectas, la pandilla nunca victimizaba de manera directa a los habitantes de sus propios barrios. Las amenazas eran externas, de otras pandillas con la que la banda local se enfrentaba y de ese modo limitaba que la violencia se acercara al barrio y creaba una zona de relativa seguridad y por lo menos de cierta flexibilidad para los residentes del lugar.

Cuando regresé a Nicaragua en 2002 y 2003 mucho del panorama había cambiado. Algún vecino lo resumió así: “no es el mismo barrio ahora, tiene que tener cuidado la pandilla ha cambiado, cuidado cuando hable con ellos, no puede estar seguro de lo que puedan hacer, si lo van a respetar o a atacar”. Para entonces la pandilla se había achicado; de 100 integrantes pasó a una veintena y los miembros eran ahora más viejos, entre 17 y 23 años. Su apariencia era ahora más intimidatoria en las calles, se pavoneaban por el barrio exhibiendo de manera muy amenazante pistolas, machetes, acosando a la gente o golpeando a alguien sin razón. La inseguridad se había disparado, una vecina describió esa visión como “vivir en un estado de sitio”, una metáfora aún más escalofriante cuando se sabe que esa vecina vivió en un sitio real, bajo las bombas de la guardia nacional somocista durante la insurrección sandinista de 1979. El hecho de ser un pandillero jubilado me permitió un buen acceso a la pandilla y fue así como pude identificar la transformación; el grupo había cambiado por cuenta del tráfico de cocaína. Es importante aquí precisar que dentro de los términos del debate que hemos tenido hasta ahora, no hemos hablado del narcotráfico propiamente, sino del microtráfico como lo dijo alguien. Ese microtráfico del barrio se conectaba directamente con el narcotráfico muy macro como lo pude comprobar de manera un poco rara cuando el narco del barrio me presentó a un colombiano quien lo estaba visitando para formalizar nexos. Esa fue otra historia. Aunque la cocaína no era totalmente desconocida en el barrio, la droga que usaban los pandilleros de los años 90 era la marihuana. El tráfico de cocaína apareció en el barrio a mediados de 1999, aunque al principio se trataba de un negocio de muy poca escala, gestionada por un solo individuo, se fue ampliando hasta construir una economía piramidal de tres pisos. En la parte superior estaba el narco, estoy usando los términos comunes del barrio. Ese narco era el que traía la cocaína desde el Caribe, vendía su producto al por mayor a gentes que a su vez los revendían en pequeñas cantidades o lo convertían en crack y lo distribuían desde sus casas a un clientela regular de consumidores y también a 19 muleros que integraban la capa más baja de la pirámide y que a cambio vendían pequeñas dosis de crack en la calles del barrio. Las ventajas potenciales de estar asociado al tráfico de drogas eran sustanciales. Los muleros, los más bajos, ganaban alrededor de 450 dólares al mes, los púcheres se embolsaban aproximadamente 1.100 dólares al mes, y el narco hacía mucho más, por algunas razones no tengo detalles de sus ganancias. En un barrio donde la mitad de la población económicamente activa era desocupada, otro 25 por ciento era subocupada y donde el salario mediano mensual de los que trabajaban era de

105 dólares al mes, estamos hablando que el narcotráfico movía sumas considerables. Como me lo decía un mulero: “es lo único que merece la pena hacer aquí en el barrio”. Eso se podía entenderse por los cambios infraestructurales en el barrio ya que cerca del 40 por ciento de las casas se transformaron, son más grandes, construidas en ladrillo, cemento, pintadas de alegres colores y algunas de dos plantas.

Los involucrados en el tráfico estaban muy entusiasmados por su nueva riqueza, un púcher siempre buscaba mi aprobación durante las entrevistas al decir, por ejemplo, “mira que estamos haciendo buenas cosas, somos como los agentes del desarrollo del barrio”, yo le contesté alguna vez: “pero las drogas no están beneficiando a todo el mundo, claro, hay mucha nuevas casas en el barrio pero la mayoría sigue siendo de pobres, hay mucha desigualdad”, y él me contestó, “la vida aquí en Nicaragua es dura y hay que rebuscarse, sobrevivir de cualquier manera. Los que no venden drogas es por mala suerte, todo el mundo tenía las mismas oportunidades al inicio, éramos todos pobres”. La verdad es que no todos tenían la misma posibilidad de involucrarse en el narcotráfico dentro del barrio, pues era un negocio íntimamente ligado a una economía política del poder local muy particular que obedecía a acuerdos que tenían un relativo monopolio sobre el uso de la violencia a nivel local. El narco, los púcheres y los muleros eran todos miembros o ex miembros de la pandilla y eso había cambiado sus relaciones con la comunidad del barrio. Como lo explicó una vecina: “hace cinco años podías confiar en los pandilleros, pero ya no, se corrompieron por la droga, ahora amenazan a la gente del barrio, le roban lo que tenga y a cualquiera, antes nunca hacían eso, nos protegían, nos cuidaban, pero ahora no les importa nada, sólo se cuidan ellos mismos y sus negocios. La gente tiene miedo, tienes que tener cuidado con lo que dices o haces porque si no te atacan aunque uno no dice nada lo roban, entran a las casas y roban las sillas, la comida, la ropa, lo que encuentran, muchas veces sabes que son ellos pero no los puedes acusar porque si no vienen y te queman la casa, es su manera de decirnos siempre que debemos tener cuidado. Si les dices algo o los denuncias aparecen por la noche y se vengan. Vivimos aterrorizados en el barrio, hay que tener miedo porque sino seguro que te lamentaras. No es como antes cuando los pandilleros eran muchachos de los cuales podíamos enorgullecernos por lo que hacían por nosotros y por el barrio, ahora son como extraños, hacen cosas por su propio beneficio y no por el bien de la comunidad como antes”. En otros términos, la pandilla se había convertido en el vehículo para el proceso de acumulación primitiva de riqueza, para una especia de narcoburguesía local de antiguos pandilleros.

Hay varias explicaciones que se podrían dar para explicar esa evolución particular, por ejemplo, que una economía de las drogas no puede apoyarse sobre mecanismos plásticos de regulación y ejecuciones de contratos como la ley y necesita entonces mecanismos alternativos para imponer regularidades sobre las transacciones. El medio más práctico es la regulación social y por supuesto la violencia. En ese escenario la pandilla es la manifestación dominante de la brutalidad; en el escenario se encontraba en una posición ideal para ejercerla. Aunque esta explicación es muy lógica y coherente procura fundamentalmente subrayar que las pandillas son siempre ese fenómeno de fuerzas estructurales más amplias. Los últimos desarrollos que pude notar en el barrio cuando regresé en 2007 brindan muy poco optimismo con relación a esas fuerzas estructurales más amplias. Lo más impactante para mí es que la pandilla del barrio había desaparecido, aún había jóvenes pero nunca se juntaban en grupo, en gran medida porque cuando lo hacían sufrían la reacción inmediata de un nuevo grupo que había nacido que la gente del barrio llamaba “el cartelito”. Ese grupo incluía algunos de los púcheres de 2002 y de 2003, pero también individuos de otros barrios y el grupo no tenía ningún vínculo territorial local. Era también un grupo mucho más profesional, no estaba asociado con ritos y prácticas particulares sino con una violencia pura y dura. No permitían la injerencia de cualquier grupo rival con relación al manejo de la violencia a nivel local, hecho que había cerrado el espacio sociológico de la pandilla en el barrio y aunque hicieron eso con una serie de lecciones y cada año en los últimos cinco hubo por lo menos tres muertos jóvenes por este cartelito y era un poco para dar una lección. La cosa con esta transformación es que refleja también la transformación más amplia de la sociedad nicaragüense en las últimas dos décadas que se puede resumir más o menos como la transición de un proyecto revolucionario colectivo y abarcativo hasta una sociedad más individualista marcada por profundas desigualdades y por una gobernación elitista comparable con la de una pandilla. Este es el gran problema asociado al narcotráfico en

Nicaragua porque es la manera por la cual la sociedad está estructura y organizada de manera  tal que ofrece muy pocas posibilidades al colectivo. El pastel nicaragüense ha sido cortado con los ricos guardando para sí una gran porción. Para el final, una de las peleas duras de este tipo de trabajo es cómo representar de manera coherente un fenómeno macro con el enfoque micro. Sobre este tema estoy preparando un libro. La primera parte mostrará las transformaciones de la pandilla, la mitad del texto serán historias de vida específicas. Las ciencias sociales tienen una gran desventaja frente a los novelistas y es que siempre intentamos crear arquetipos pero estamos limitados por la realidad.

Historias de jóvenes

Donna de Cesare, estadounidense, fotoperiodista

Una fotografía puede ser leída o consumida de muchas maneras. La fotografía documental es una forma testimonial y una herramienta de la memoria personal y colectiva, pero contiene los prejuicios y experiencias del reportero gráfico que la tomó. Estamos acostumbrados a que la fotografía nos sorprenda. En el mundo mediático el show consiste es poder captar nuestra atención, pero el show puede convertirse en una forma de chaleco de fuerza mental. El problema de cómo mantener nuestra atención cuando el show cambia es un reto para los periodistas visuales. Los lectores pueden se pueden preguntar por qué hay esa continuidad de imágenes violentas, por qué les provoca indiferencia y miedo. La fotografía tiene el poder de llevarnos entre los bastidores de las vidas de otros a través de una narrativa visual que capta el drama humano y puede expandir nuestra comprensión por empatía. 

Cuando me encontré con Jessica Díaz ella estaba encarcelada en Los Angeles, California, le expliqué que estaba reporteando sobre jóvenes ex pandilleros y que había encontrado a su hermana Sonia en El Salvador. ¿Por qué estuviste en El Salvador?, me preguntó Jessica con mucha sorpresa. Había tomado fotografías en los años 80 mientras trabajaba como freelance para revistas y periódicos europeos y estadounidenses. Jessica se fascinó con mis imágenes de niños del pasado en la guerra y las fotografías de refugiados en campamentos en Honduras. También se conmovió con sus propios temores al ver la fotografía de José, un niño soldado destruido por las fuerzas contrarias cuando apenas tenía 13 años. Le expliqué que José fue mi introducción a la problemática de los niños soldados, un tema que aún sigo tratando en mi trabajo en Colombia. “Mi mamá nunca me permitió hablar de esas cosas”, me confesó Jessica mientras repasaba las fotografías con sus ojos abiertos y después, con lágrimas, me habló de sus recuerdos, incluido el asesinato de su padre a manos del ejército salvadoreño, acusado de ser comunista. También perdió a su hermano en las guerras entre pandillas. A los 14 años, Jessica se metió a la mara salvatrucha, se aficionó al crack y fue convencida por el narco de su barrio de asaltar un banco. “Él no era de la pandilla pero yo lo veía como un salvador, entonces yo odiaba mi vida y quería escapar con los medios posibles”. Envés de escapar, Jessica fue detenida por la policía y sentenciada a cinco años en la cárcel juvenil, a donde llegó embarazada y después de que nació su hijo, Carlos, se lo entregó a su mamá. Ahora ella dice que quiere una mejor vida para su hijo Carlos. 

Los tatuajes no son solo una estética o simbólicos cuando se pertenece a una pandilla sino también historias de vida. El hermano de Jessica tenía tatuajes en los que conmemoraba la muerte de su padre y de su hermano. Encontré a otros salvadoreños quienes pertenecían a las pandillas en Los Angeles, casi hice todo mi trabajo con ellos a principios de los años 90. Carlos fue un niño soldado quien huyó con su hermano mayor cuando tenía 15 años. A los 18 años ya era padre, sostenía a su familia con la venta de droga en el barrio con la pandilla 18 porque no podía encontrar trabajo en la construcción. Cuando Carlos fue deportado a El Salvador su familia comenzó a descomponerse. Cuando yo fui a Los Angeles en 1993 y me metí a los barrios de la Mara 18 y de la Salvatrucha la mayoría de los jóvenes, a pesar de que estuvieran involucrados en la venta de droga en sus barrios, tenían trabajo pero no ganaban suficiente porque para muchos de ellos la familia dependía de sus ganancias. En esa época comenzaron las redadas migratorias con mucha fuerza en los barrios de California y mandaron a miles de jóvenes tatuados, como Carlos, a sus países de origen en Centro América. Muchos de ellos llegaron como extranjeros a sus países, porque habían dejado su país como niños pequeños y casi no tenían memoria de su nación original, ni de sus lazos familiares pues sus hijos, esposas, compañeros, padres, se quedaron a vivir en Estados Unidos. Por iniciativa propia seguí el destino de miembros de la mara Salvatrucha y de la 18 atrapados en la puerta giratoria de la deportación y el retorno. Escribí y publiqué en varias revistas europeas y de Estados Unidos sobre aquellos hechos.

Las pandillas llenaron un vacío en las vidas de los protagonistas de mis historias, dándoles un espacio de aceptación en una sociedad racista y clasista, además de oportunidades económicas y un lugar para compartir con otros la memoria de traumas de la niñez. La mayoría de jóvenes que conocí tenía cicatrices emocionales del impacto de los abusos de derechos humanos que presenciaron en sus países de origen. Estar en las pandillas les dio licencia para exteriorizar su rabia en una forma colectiva. Cuando aumentó la represión policial también comenzó a subir la respuesta violenta de estos jóvenes. La violencia agobiaba a sus familiares y comunidades. Yo comencé mostrando mis fotos a grupos que pertenecían a la red de solidaridad durante los años de la guerra. En 1996 tuve una exposición de mi trabajo en El Salvador, era otra época. Yo invité a jóvenes de las maras Salvatrucha y 18 a la apertura de mi exposición. Las relaciones fueron tensas pero logramos que se diera un pacto de paz para compartir aquel día. Por primera vez estos jóvenes fueron entrevistados por la prensa que se reunió allí. Unos meses después algunos de los jóvenes que había fotografiado fueron incluidos en un programa cuya misión consistía en la reducción del daño y la prevención de la violencia. Esa inclusión me llenó más de satisfacción que los premios que ganaron mis fotografías.

Algunas de las historias de los jóvenes que fotografié terminaron en tragedia, pero otros lograron alcanzar situaciones de vida. En 2001 comencé en Guatemala con Carlos, quien fue un pandillero de mara 18, un joven que nación en Guatemala. A Carlos le pedí que narrara su propia historia, incluso fuimos juntos hasta el pequeño pueblo donde vivió de niño y allí descubrió que casi todos sus amigos de la infancia estaban muertos. Carlos no fue uno de los jefes de la mara 18, y en mi trabajo lo que yo quería contar era cómo transcurría su vida, no sólo mostrar la violencia y lo que pasaba en la pandilla, sino también su vida familiar, en su trabajo, le hice fotografías con sus parientes en su vida cotidiana. Su mamá, una mujer partera, tenía un papel importante en su vida. Él era muy crítico frente al racismo y el clasismo en su país, y de su lucha interna para no ser rechazado. Luego, Carlos empezó a estudiar arte en la Escuela Nacional de Arte y fue allí donde descubrió su talento, porque él dibujaba en las calles grafitis. Al graduarse Carlos empezó a palpar que existían posibilidades distintas a la pandilla y ese motivo lo llevó a retirarse de la mara. Carlos logró un éxito extraordinario, pudo viajar a Viena, Austria, allí estudió en la academia de bellas artes y se graduó en junio de este año. En la actualidad, Carlos recorre las escuelas y universidades de Viena para sensibilizar a los niños y los jóvenes inmigrantes. Yo tenía la idea cuando estuve en Austria que posiblemente Carlos podría regresar a Guatemala para que hiciera algunos talleres pero veo que si él lo hace sería peligroso porque ahora salir de la pandilla es otra cosa; él salió de manera consensuada, eso ahora es casi imposible a quien se atreva le cae encima una sentencia de muerte. Hay muchas personas que no quieren ni creen que estos jóvenes pueden cambiar. Cuando algunos intentan abandonar ese camino tanto las pandillas como la policía desean verlos fracasar.

El apetito mediático por la historia de las pandillas en Centro América tiende a subir y a bajar en relación con cuestiones de política de seguridad estadounidense y de las políticas extranjeras. Después que los organismos de seguridad lanzaron una redada enfocada a la mara Salvatrucha en 2005 el departamento de fotografía de Newsweek me contactó para realizar algunas fotografías de la pandilla. Les envié las imágenes de mi historia sobre Edgar Bolaños, el editor de la revista me llamó inmediatamente porque mis fotografías eran diferentes a la historia escrita por el reportero asignado al tema. Le escuché sorprendida decir a ese reportero que la mara era una organización tan sofisticada como la mafia italiana. Le pregunté al reportero si había hablado con las ONG, con las organizaciones comunitarias, con algunos sociólogos que estudiaron las pandillas en Los Angeles. Me llamó la atención que el reportero nunca hubiera estado en El Salvador para entender el contexto de la historia. El reportero sólo consultó fuentes policías y pintó en su artículo a la pandilla como una organización altamente peligrosa. Edgar Bolaños me había hablado del peligro que corría, poco después supe que tras haber salido de su casa con la excusa de comparar unos cigarrillos, nunca más volvió. Hubo testigos que dijeron ver un vehículo con vidrios polarizados que se acercó a Edgar y le llenó el pecho de balas. La policía dijo que la investigación no arrojaba conclusiones, pero la gente del barrio le dijo a la mamá de Edgar que quien disparó desde el vehículo fue un escuadrón de vigilantes locales. La violencia y la acción criminal de las pandillas son un problema social. En Estados Unidos y Centro América los jóvenes de las pandillas esperan morirse jóvenes ¿Eso es algo qué ellos eligen o es la demostración del fracaso de políticas públicas? Una de las lecciones aprendidas de la historia de El Salvador es que cuando se niega la justicia no sólo se crea un escándalo moral sino que se constituye un campo propicio para la violencia. Si la resistencia a la represión toma la forma de revolución o más trágicamente se expresa en algo que parece a veces como suicida, los catalizadores son la injusticia y la impunidad. ¿Quién mató a Edgar Bolaños? Es una pregunta que debería perseguirnos.

CAPITULO IV. GEOGRAFÍA

COLOMBIA Necesitamos un cambio de paradigma

Ricardo Vargas, colombiano, sociólogo

Quiero plantear un enfoque del problema de Colombia y tal vez invitarlos a un llamado de atención sobre por qué el cambio de paradigma en el abordaje del poder. Primero que todo en el caso de Colombia han ocurrido una serie de hechos estructurales que han hecho posible que el narcotráfico se consolide. El problema no es de tan fácil solución ni de corto plazo. Colombia es un país con una gran fragmentación racional sobre todo en relación con el poder político. Esa fragmentación ha cobrado a cuerpo dinámicas muy fuertes como por ejemplo el paramilitarismo, que para algunos académicos fue como una reacción de élites regionales en relación con un intento que hizo la administración de Belisario Betancourt de propiciar un acercamiento con os grupos guerrilleros para una solución política al conflicto. Muchas de esas élites tienen temores de que una negociación de este conflicto conduzca a una transformación sobre todo de la estructura de tenencia de tierras, que en el caso de Colombia está bastante concentrada. En el país es latente el uso de la violencia como medio de enriquecimiento privado; ese factor está absolutamente consolidado, sobre todo en relación con la dinámica agraria, pues las transformaciones alrededor de la estructura de tenencia de tierras están asociadas a factores de violencia y eso culturalmente se mantiene. Hay en muchos casos la creencia de que ese es un medio para obtener riqueza. La concentración de la propiedad en el territorio agrario favorece estructuras privadas y arreglos regionales con fuerte presencia de elites legales, en este punto señalo una de las pistas para el abordaje del cambio de paradigma; casi siempre cuando se habla del narcotráfico inmediatamente el imaginario lo lleva a pensar en un conjunto de organizaciones con estructuras centralizadas, consolidadas o difusas. Ese tipo de abordajes deja de lado el problema que el narcotráfico va mucho más allá como problema, va mucho más allá de los narcotraficantes y del negocio mismo de la droga. La invitación es a pensarlo en términos de un problema más complejo que involucra a otros actores sociales. En el caso de Colombia, hay otro fenómeno cultural muy complicado en el que el estado tiene mucha responsabilidad y fue la privatización de la lucha contrainsurgente, la cual contribuyó al empoderamiento del narco a nivel regional, eso sumado a la fragmentación regional y a la concentración cada vez más de la propiedad de la tierra. Ese fue un terreno óptimo para que el narcotráfico jugara ahí, pues con su dinero contribuyó en la privatización de la guerra contrainsurgente que de paso les permitió a esa organizaciones avanzar mucho en la legitimización política, esto no quiere decir en un orden democrático, más bien su apoyo fue a unas élites regionales que se consolidaron en el poder. La privatización de la que se habla generó mayor empoderamiento regional y por tanto el mecanismo de despeje de territorios, creó una violencia ejercida contra supuestas bases de apoyo a las guerrillas y contra supuestos colaboradores. El despeje y el territorio, respecto de lo anterior, es uno de sus efectos que cambió el control de rutas de salida del narcotráfico, eso me parece que es uno de los factores que hoy en día tienen catarsis, uno de los factores de los que hoy en día casi no se habla. 

La crisis de los procesos de reinserción de los paramilitares, que inició en 2004, creo una masa de reserva para ser reclutados tanto por el narco como por redes privadas de seguridad. Ha habido una serie de problemas en el proceso de reinserción paramilitar y las consecuencias, que pueden ser muy graves. Aquí hay unos problemas que siguen vigentes e implican desarrollar acciones muy de transformación de aspectos en la base de la dinámica de construcción del estado colombiano, de los proyectos económicos, de la perspectiva política que de alguna manera está impregnando en el conjunto de estos actores hoy día y ha posibilitado que el narcotráfico recobre unos actores. Esto en el debate público de Colombia casi no se aborda como factores que está en la base del problema. En un mapa de la Defensoría del Pueblo que muestra lo que está pasando en Colombia después del sometimiento de los paramilitares, en la desmovilización y en los intentos de reinserción, se observa la aparición de bandas criminales bajo nombres como “Aguilas Negras”, “Organización Nueva Generación” u “ONG”, y “los Rastrojos”, herederos de fallecido jefe del cartel del Norte del Valle Wilber Varela. Lo que uno siente de estas organizaciones es que estamos ante una fase asociativa entre ellas; en algunos casos hay confrontación por la disputa del control territorial, en otros casos están armando unas especies de combos como en el caso del grupo Ejército Revolucionario Antiterrorista de Colombia (ERPAC) al mando de Pedro Guerrero, alias “Cuchillo”, que tiene una conexión con gente del cartel del Norte del Valle, lo que les permite el empoderamiento en la zona de influencia donde operan en el sur del país e intervenir en otras zona donde tiene intereses, no sólo de narcotráfico sino en la tenencia y compra masiva de tierras en departamentos, como en el departamento selvático del Guaviare (sureste).

Ante estas circunstancias actuales lo que me llama la atención es como se habla del “éxito” de Colombia frente al narcotráfico, del modelo para mostrar, de cómo le puede enseñar a México. No, el modelo a mostrar no existe pues el mapa referido es muy contundente ya que hay muchas zonas que, en el sentido estricto de un estado social de derecho, carecen de control en términos de la fuerza y en términos de la presencia del estado. Más bien  lo que hay allí son unos empoderamientos locales, regionales, que siguen siendo un factor importante de desestabilización en términos de construcción de estado. El mapa sirve para contrastarlo con la visión que está dando el general Oscar Naranjo, director de la policía colombiana, en el sentido de que la violencia del país es el resultado de la lucha entre pequeños carteles por un mercado interno. Lo que muestra el mapa de ubicación de las bandas actuales que operan el narcotráfico es que hay un componente importante con el mercado internacional. Obviamente que en esta discusión no podemos dejar por fuera a los grupos guerrilleros que hacen presencia en los departamentos de Chocó, Huila, Guainía, Putumayo y en una disputa con las bandas por la salida al océano Pacífico. Creo que la violencia que muestra Ecuador hoy en día y su disparada en incautaciones de alijos de droga -unas 53 toneladas capturadas en el último tiempo- serán todo un récord para esa nación y una muestra de que el corredor entre Putumayo y Nariño, saliendo por Ecuador, está más vivo que nunca. Esto también demuestra que las zonas de frontera son sitio en los que todavía el estado no le ha podido quitar a los grupos guerrilleros.

Miremos un segundo punto que es la lectura que el gobierno hace sobre el problema del narcotráfico en Colombia, me parece súper clave entender eso. El gobierno colombiano establece prioritariamente la inseguridad del narcotráfico por el hecho de ser una fuente de financiación de los grupos guerrilleros, hecho que caracteriza la interpretación que da el gobierno de Alvaro Uribe. Esta condición determina las decisiones más importantes relacionadas con el narcotráfico en Colombia, en consecuencia los resultados de la lucha estatal contra los grupos insurgentes es el eje de las decisiones que buscan ahora una estrategia de consolidación vinculada a los procesos de inversión privada en cultivos de agroexportación, explotación minera, petróleo, maderas y en general economía extractiva. El problema es que en esas regiones, donde se está introduciendo la estrategia de consolidación, las caras del conflicto continúan vigentes, junto al narcotráfico y el uso privado de la violencia. Los retos que tiene el gobierno para efectivamente poder en verdad alcanzar una consolidación de los resultados en la lucha contra los grupos insurgentes -una tema central para Uribe-, tiene un vínculo muy interesante por el cual también podría jugar que ese el tema del desarrollo y el tema de la seguridad, que es un poco el eje central de la estrategia de Colombia. El gobierno colombiano en relación con estas zonas que llamábamos de consolidación de territorios ha tomado como referencia los avances del estado en relación con los golpes a los grupos guerrilleros y sobre esa base ha desarrollado, ha diseñado, una clasificación de zonas de todo el país, eso también incluye las denominadas zonas en proceso de recuperación institucional en donde, efectivamente, los grupos guerrilleros y paramilitares han perdido poder. 

Aquí lo que está en juego es un sesgo muy complicado sobre el tema cómo se entiende el problema del narcotráfico en Colombia y su peligrosidad asociada a grupos insurgentes. Es verdad que los grupos guerrilleros se financian del narcotráfico y que controlan una parte inicial de la producción, sobre todo el procesamiento de pasta básica, en algunos casos procesamiento de cocaína y arreglo con los narcos por el lado de la frontera. Pero el grueso del problema no está ahí. Otro tema importante es que Estados Unidos continua percibiendo el problema del narcotráfico como asunto de seguridad. Este es un punto determinante en relación con la posibilidad de un giro en lo que es la política de drogas. En el caso de Colombia, con el presidente Barack Obama no se ha movido el asunto, al contrario, está situación del problema favorece la tesis de la seguridad nacional, de ahí la imposición de las bases militares.  Colombia se ha vuelto también un laboratorio para el desarrollo del tema llamado “seguridad y desarrollo en escenarios no controlados por el estado”,  tesis que surgió después de los hechos del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos. El debate que hubo después de ese suceso sobre ese punto tiene que ver con si se podía tratar el terrorismo solamente con el uso de la fuerza o si se requerían procesos de dimensión económica en esas zonas. Creo que en Colombia se está trabajando tanto con el Departamento de Estado de Estados Unidos como con el Comando Sur para generar una experiencia sobre ese aspecto que también ha envuelto problemas como el desarrollo alternativo de los cultivos de coca en una discusión muy complicada. Así las cosas, el narcotráfico no puede ser abordado como un elemento independiente sino que hay que encontrar una serie de interrelaciones con una gran cantidad de factores que están jugando en su vigencia como fenómeno criminal y este es el reto mayor.

Podríamos pensar en la legalización

Gustavo Bolívar, colombiano, escritor y libretista

A propósito de “El capo”, es una novela que verá la luz en aproximadamente un mes y que por urgencias del canal de televisión en el que trabajo se lanzó primero como serie. En “El capo” hay un personaje que creo que nos puede poner a pensar a todos y es un senador que propone la legalización de la droga, la sociedad entera, ignorante en estos temas, se imagina que el senador trabaja para los carteles y le está haciendo un favor al narcotraficante. La verdad es que dentro de esa trama a este senador lo asesinan, porque a los únicos a los que no les conviene la legalización de la droga es a los mismos narcotraficantes. Esto lo digo para que empecemos a reflexionar sobre soluciones también al mundo del narcotráfico, pues me parecería muy triste que en 20 años estuviéramos todavía convocando foros sobre cómo manejar el tema del narcotráfico y no un encuentro histórico de las épocas en las que existía ese fenómeno. Pienso al contrario de algunos de los expositores que el narcotráfico no es sólo un gran problema sino que es el problema más grande que tiene la humanidad en este momento. En mi país asesinaron en el lapso de una década a cinco candidatos presidenciales: Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo, Jaime Pardo Leal, Carlos Pizarro y Alvaro Gómez. Estoy hablando de cosas concretas. Cinco candidatos presidenciales. A la muerte de Rodrigo Lara Bonilla, el ministro de Justicia,  que se enfrentó a los narcotraficantes por primera vez, como se mencionó en una intervención anterior, ocurrió que los mismo narcotraficantes le hicieron un atentando a quien le sucedió en el cargo, Enrique Parejo. Aquello ocurrió en Budapest, en una demostración de cómo los brazos criminales del narcotráfico llegaron hasta un país de la cortina de hierro, se apostaron fuera de su casa de Parejo, para entonces ya ex ministro, y le dispararon. Afortunadamente Parejo sobrevivió y yo tuve la fortuna de trabajar con él durante nueve años, tras el atentado, y empaparme mucho de estos temas. Los narco desde que permearon a la política colombiana se han enquistado en nuestro país y qué han hecho, pues cuando uno que otro políticos se les ha opuesto lo asesinan. 

Los periodistas de mi país, y en eso quiero abrir un capítulo aparte, han sido muy valientes, pero durante lo que ha transcurrido del Seminario sentí miedo entre algunos de los periodistas que nos acompañan. No puede meterse a cubrir fuentes jurídicas una persona que sienta miedo, debería dejarle el espacio a otra persona, alguien que quiera enfrentar con valentía a esos criminales. Aquel periodista que adquiere la responsabilidad de asumir como editor o como cronista de las fuentes judiciales de un periódico no puede sentir miedo. Desde luego que deben tomarse precauciones porque no estamos jugando a la guerra, no estamos hablando de personas incapaces, por el contrario, los criminales tiene una capacidad infinita de hacer mal. Cuando habló contra los narcotraficantes un periodista, el señor Guillermo Cano, director del diario El Espectador, lo asesinaron. Pero no sólo lo asesinaron sino que volaron el periódico con un carro bomba. ¿Para entonces qué teníamos que hacer, guardar silencio, acallarnos para que no nos volaran más periódicos, ni mataran a otro periodista? En Colombia lo que hicimos los periodistas fue hacer un coro múltiple, muy grande, donde acordamos hablar todos, defendernos todos, levantar todos la voz contra estos criminales para ver si es que nos iban a matar a todos. Por supuesto que asesinaron a muchos reporteros, pero poco a poco esa muerte selectiva a la que nos tenían sentenciados los carteles, es lo que al parecer se podría estar repitiendo en México. El periodista valiente en Juárez, en Tijuana lo asesinan porque está sólo. Para los países en los que no ha pasado lo que tuvimos que vivir en Colombia hay que hacer coro, reunirse, hablar entre ustedes. No podemos dejar a los periodistas sólo, abandonarlos es un crimen. No estamos hablando de cualquier flagelo, esas personas están abarcando una porción gran de este mundo, manejan gobiernos. El narcotráfico no es bueno, tiene un brazo criminal muy grande, financian las guerras, si no existiera el narcotráfico no existirían las FARC y los paramilitares.

Antes que legalizar las drogas hay que legalizar a Colombia

Francisco Thoumi, colombiano, economista

Yo soy un economista que nunca supo escribir bien y entonces me dediqué a la economía matemática para no tener que escribir, sin embargo para tratar de entender qué pasaba en Colombia tuve que meterme en tema de las drogas ilegales. Un punto importante es que he encontrado que la economía no explica la estructura de la industria ilegal, por ejemplo, dada la rentabilidad tan alta que tienen las drogas no es comprensible por qué hay una concentración tan grande en la producción de amapola y heroína en Afganistán, Laos y Myanmar, y de coca en Colombia, Perú y Bolivia. No tiene ningún sentido en economía que Colombia tenga muchas más competencia en café que en cocaína. Eso no lo explica para nada la economía. Otra cosa que no se explica es que los niveles de violencia asociadas a la drogas ilegales varían extraordinariamente entre los países. Afganistán, por ejemplo, donde el 30 por ciento del ingreso nacional deviene de las drogas no tiene un nivel tan alto de violencia y homicidios asociado a las drogas. Para abordar el tema empecé por plantear una pregunta muy simple: ¿por qué hay oferta de drogas? La respuesta: porque hay demanda. Sí, eso es cierto, pero la mayoría de países que pueden cultivar hoja de coca no lo hacen, la mayoría podrían refinarla y no lo hacen, la mayoría de países pueden cultivar opio y tampoco lo hacen. El problema no es que Colombia produzca droga sino que concentra la producción de cocaína. Para tratar de entender esto empecé a estudiar un poco la criminología y lo que he encontrado es que en general lo que se afirma en los trabajos de esa disciplina es que identifican una serie de factores que contribuyen al crimen: tensión social, bajo control, presión de grupos, etc. En general estos factores contribuyen a la criminalidad y de paso identifican poblaciones vulnerables. Si tú eres un varón negro y naces en un gueto de Estados Unidos, hijo de una madre soltera de 15 años de edad, desempleada, sin educación, la probabilidad de que termines en la cárcel es muy alta. Sin embargo, estos estudios identifican simplemente los factores que pueden contribuir al crimen y las políticas se desarrollan basadas en eso. Pero, lo que es claro es que ninguno de estos factores que se identifican es necesario para que una persona cometa crímenes. En efecto, mucha gente que no encaja en los perfiles de criminalidad comete crímenes y la mayoría de la gente que puede encajar en esos perfiles no comete crímenes. Lo que es claro es que ningún factor es necesario para la criminalidad, mucho menos un factor suficiente. Es por eso entonces que los estudios no identifican y lo que las políticas pueden formular a partir de estos estudios es la disminución de los niveles de criminalidad. La mayoría de las políticas contra el crimen nunca esperan acabar con el crimen. Es curioso porque en el caso de las drogas sí. No entiendo por qué, es un problema al final de ideología muy profundo. Toda la legislación internacional propende al final por acabar con las drogas. Se dice que las drogas no pueden tener ningún uso distinto al tema médico o de investigación, lo demás no está permitido y hay que acabarlo. 

 

¿Qué se requiere para producir drogas ilegales? Hay que hacer una serie de actividades: se necesita comprar insumos en el mercado negro, desarrollar cultivos ilícitos, camuflar el proceso manufacturero, desarrollar áreas de tráfico ilegal de contrabando internacional, hay que tener redes y contactos con organizaciones criminales en el extranjero y hay que desarrollar sistema de lavado. Todas las anteriores son actividades ilegales. Las destrezas que se requiere para producir drogas son distintas a las que se necesitan para desarrollar una industria legal. Entre los requisitos para desarrollar la industria ilegal están la creación de redes de apoyo social y político, y tener cómplices implícitos y explícitos en la sociedad. Además, se requiere sobornar y corromper las instituciones del estado. Esos son requisitos que no existen en la industria legal. Existe un factor necesario para que surjan las drogas, lo único que se requiere para un mercado ilegal es que haya una oferta ilegal y una demanda ilegal. Ambos son necesarios, sin uno no habrá el mercado ilegal. Es por eso que la opción de legalizar es tan atractiva, porque si se legaliza se elimina un factor necesario y hecho eso se resuelve el problema. Se puede aumentar otro problema de consumo en otro país o lo que fuere, pero eso no es un problema. Eso no va ocurrir, afortunadamente en mi vida, ojalá en la de ustedes. Dado que eso no va a ocurrir la pregunta es: ¿qué permite que surja la oferta ilegal? Si yo necesito controlar la oferta ilegal necesito ver qué permite que eso surja. Para producir cocaína ilegal hay ciertas condiciones se requiere tener una capacidad de generar redes de producción y de tráficos naciones e internacionales, es decir si no hay contactos con el exterior no se puede exportar cocaína a los mercados grandes. Luego se requiere lo que en economía se llama cumplir con la condición de producción; hay que tener tierra adecuada para producir coca, luego hay que saber refinar cocaína y tener acceso a algunos productos químicos para hacerlo. Eso en general es relativamente fácil de conseguir, sin embargo, hay otra condición que es fundamental y es la más importante: es que debe haber una brecha sustancial entre lo que son las normas formales, las leyes, y la norma socialmente aceptada. Siguiendo, por ejemplo, a Douglas North, el economista, básicamente estamos hablando de las instituciones formales e informales, pero se requiere que exista dentro de la sociedad grupos que acepten básicamente que violar la ley es razonable. Es decir, que haya un desencuentro al interior de esa sociedad entre las normas permitidas por el estado y las normas aceptadas al menos por algunos grupos de esa sociedad. Sin embargo, las normas sociales que contribuyen o que permiten el desarrollo de la industria ilegal tiene que tener ciertas características: no toda ley entre las normas va a general criminalidad, por ejemplo, uno está en Nepal y se encuentra con un gobierno autoritario enfrentado a una cantidad de monjes budistas, claramente hay un conflicto entre la constitución del estado autoritario y los monjes y estos últimos no están traficando armas, no están produciendo heroína, ni ningún otro crimen. Entonces se requiere que dentro de la sociedad haya grupos con un gran individualismo, tal vez con una anomia que básicamente acepten que para ellos no es importante, que las consecuencias de sus acciones sobre el resto de la sociedad sean irrelevantes. Es un individuo que no es miembro de la sociedad, un individuo anomia, lo que yo podría llamar en Colombia un individualismo moral. Esa es una opción. La otra opción es que se acepte que eso es malo pero eso se justifica por razones como una causa superior como la lucha por la liberación de un país, el imperialismo, defender a la familia, porque es contra los infieles.

En Colombia hay explicaciones del por qué surge la droga y entre esos factores están: la pobreza, la desigualdad, la exclusión social, la crisis económica, la corrupción, entre otras. Todo eso no es necesario pero contribuye. Lo importante es que como no hay factores suficientes, que hay muchos factores que contribuyen es posible tener una sociedad que tenga todas las condiciones y que no tenga las drogas, es decir básicamente que estamos hablando de una sociedad  que es vulnerable. Hay sociedades vulnerables y hay sociedades menos vulnerables. Las políticas en general lo más que pueden lograr es una disminución a corto plazo del fenómeno, pero no van a resolver el problema. Cuando la gente se queja de que las políticas no funcionan eso es cierto, pero si se formulan otras semejantes que cierren esa brecha tampoco van a funcionar. El punto en esto es que no hay una causa para el narcotráfico, no estamos hablando de un fenómeno newtoniano tal que Y es una función de X de manera que si se tiene X sale Y, lo que en ciencia sería una causa. Lo que tenemos acá básicamente es un fenómeno evolutivo mucho más semejante a la biología que a la física. El punto en esto es que la industria simplemente se adapta y continúa, continúa y continúa. El problema entonces es que existe ese choque entre normas y si a eso le sumamos que Colombia una diversidad grande, incluidas las normas sociales, por ello lo que se cumple en una región no se cumple en otra. Por consiguiente, si se va a dejar el problema para tratar de solucionarlo a largo plazo se requieren cambios en el comportamiento, eso implica un cambio institucional y un cambio cultural que deben ser objeto de la política y tratar de establecer el imperio de la ley, pero para hacer eso debemos empezar a usar palabras prohibidas: no hay que legalizar las drogas sino legalizar a Colombia. El primer paso es que la élite reconozca que de alguna forma se necesita un proyecto de nación que sea unificador. No hay una opción distinta a establecer un país razonable, seguramente eso va a tomar mucho tiempo, llevamos 40 años en la guerra contra las drogas. La legalización disminuiría algunos problemas pero no da otra opción para establecer un proyecto de nación razonable y cambiar en serio a la sociedad. Si las drogas terminan siendo básicamente sintomáticas del problema social. El problema no es de política, porque las políticas no van a funcionar como están formuladas, no importa cuáles sean. Tenemos que centrarnos en el caso de un país como Colombia y tratar de armar realmente un proyecto de nación lo cual no creo que se vaya a dar con el gobierno actual. Creo, sinceramente, que en lo que me queda de vida no veré una Colombia democrática. 

PERÚ Historia, periodismo, coca y Sendero Luminoso

Gustavo Gorriti, peruano, periodista

Las discusiones sobre narcotráfico en Perú, por razones que no son del todo justificadas, estaban de alguna forma en la sombra por ser un actor mucho menos conocido de lo que son México o Colombia. Voy a dar un pantallazo sobre la situación del narcotráfico en el Perú y luego muy brevemente podemos hablar sobre algunos los problemas y dificultades relacionadas con su cobertura. Hay que decir, en primer lugar, que debemos tener presente al entrar en el tema del narcotráfico que estamos ante un asunto llenos de trampas semánticas y, de otro lado, incursionamos en su mundo muy antiguo. El negocio y la exportación de cocaína tienen 160 años en el Perú y ha pasado por una serie de etapas. Para poder tener hoy un panorama de ese fenómeno una de las primeras cosas que yo invitaría es a conocer bien el ayer y el anteayer del asunto, pero también a entender las percepciones y las ideas que sobre el tema han ido cambiando a lo largo de las generaciones y por qué razón. Esta, la etapa contemporánea, la etapa última del narcotráfico, la de esa estéril guerra de los 30 años en el Perú empieza a tener importancia desde finales de los 60 y comienzos de los 70. Diría que hay dos etapas claramente definidas: una primera es la etapa centrada en el Alto Huallaga y el VRAE (Valle del Río Apurímac y Ene, sudeste de Perú) en su relación con Colombia. Es la etapa en la que Perú se convierte en el principal productor de hoja de coca y de laboratorio intermedio de cocaína, de pasta básica fundamentalmente, que es procesada finalmente y distribuida por los colombianos, a través de un puente aéreo, que ha sido posiblemente una de las realizaciones logísticas más interesantes en la historia del comercio exterior latinoamericano. El Alto Huallaga y el VRAE entonces eran dominados por organizaciones colombianas inicialmente centradas en Medellín y después en Cali, a través de compradores, intermediarios, generalmente colombianos, a veces peruanos, que trabajaban extensamente con los agentes y acopiadores, quienes representan en esa zona una forma de capitalismo salvaje que movió, que alteró, todo en aquellos años con la mecánica típicas de un boom. Ese capitalismo rudimentario, hasta cierta medida salvaje, pero lleno de vigor, que cambió por completo la forma de colonización y las relaciones sociales allá en medio de un panorama de economía en profunda depresión, representó una suerte de fuente económica en la que abrevaron virtualmente todos. En esa primera etapa el Alto Huallaga era más importante y el VRAE tenía una importancia secundaria. Sendero Luminoso entra al Alto Huallaga a mediados del 1983 y por cierta puerta en 1984, ingresa inicialmente como una suerte de protector de los campesinos cocaleros, el proletariado de la coca, el grupo más explotado dentro de toda la economía del narcotráfico. Luego de meses y años llega a convertirse, para todos los efectos prácticos, en la principal fuerza dentro del Alto Huallaga. Desarma o le quita los colmillos a la mayor parte de grupos armados narcotraficantes locales, derrota al MRTA (Movimiento Revolucionario Túpac Amaru), establece una relación constante de durísimo combate con las fuerzas armadas y se convierte en el comité regional más poderoso de Sendero Luminoso. A la vez, hace su ingreso al Valle del Río Apurímac y Ene también en 1984 cuando las fuerzas armadas llevan a cabo una durísima ofensiva de dos años en la que se producen niveles de muerte en las que alrededor un 10 por ciento de la población resultó víctima de esa guerra interna. Sendero Luminoso pesando hasta entonces hacer guerra de guerrillas, esencialmente andina, ve la necesidad de bajar a la Selva Alta para encontrar refugio ahí, pero es la etapa dura, más puritana de Sendero y rápidamente entra en conflicto con los colonos locales, con aquellos que estaban en la colonización primaria del Valle del Río Apurímac y Ene. Los campesinos se organizan para luchar contra Sendero lo hacen en una guerra campesina que dura varios años y en la que finalmente ellos vencen a Sendero. Estaban organizados en lo que se conoció entonces como Los Decas, no debe pensarse en ellos como paramilitares colombianos, porque no son “señores de la guerra” que arman sus propios ejércitos, son campesinos pobres que se unen entre sí y que subvencionan la guerra con el dinero de la coca y la cocaína. Sendero es derrotado y por cuenta de la campaña encuentra refugio en un macizo montañoso, boscoso, extremadamente abrupto, que es la zona del Vizcatán, los otros grupos también encuentran refugio allá. Es en esa época en que Abimael Guzmán es capturado y Sendero Luminoso se dispersa.

Ahora, después de muchos años, podemos hablar esencialmente de tres Senderos: el primero es que el está dirigido por Abimael Guzmán desde la prisión, constituido en gran medida por aquellos que todavía están tras la rejas o recién abandonaron los penales. Ese grupo considera que la guerra ya terminó y buscan, según sus palabras, lograr un acuerdo de los problemas derivados de la guerra, es decir buscan amnistías y la entrada a una vida política legal.  El segundo grupo es el que está dirigido por el jefe del Alto Huallaga, su nombre de guerra es “Camarada Artemio”, uno de los guerrilleros en acción más veteranos en el continente en este momento, el único miembro original del comité central de Sendero todavía en acción. “Artemio” está muy debilitado, se ha enfrentado a grupos especializados de la policía que han llevado campañas utilizando mucha inteligencia y le han asestado golpes muy duros, ha eludido por muy poco la captura varias veces, es un viejo zorro, tiene mucha habilidad pero está muy golpeado, muy afectado. Él reconoce el liderazgo de Abimael Guzmán, como una suerte de garantía para mantener cierto tipo de presión. El otro grupo es el Sendero Luminoso centrado en el VRAE; aquellos que se refugiaron en el Vizcatán después de ser derrotados por los campesinos. Ellos eran el refugio del comité regional principal, el de Ayacucho, que eventualmente perdieron a su líder, el miembro del politburó de Sendero que fue arrestado, y para ellos, según dicen ahora, eso fue una liberación porque con su caída se liberaron de lo que ellos -no utilizan esa palabra- entienden que fue un estalinismo homicida, tan puritano en los métodos bélicos que los hacía sufrir sin necesidad y tener innecesarias bajas. Esa baja les permitió hacer una reflexión profunda, reorganizarse, autovigilarse, pedirle perdón a los campesinos por los excesos que habían cometido, tratar de establecer una buena relación con ellos y sobre todo hacer una especia de MBA (Maestría en Administración de Negocios, por sus siglas en inglés) práctico en esa zona. Ellos en determinado momento vieron que esa zona estaba llena de oportunidades de negocios y que era una tontería no aprovecharla, no utilizarla, de tal manera que empezaron primero ayudando en la labor de la explotación de madera legal e ilegal en los bosques con un impuesto bastante cómodo y pagable. Luego de este pasaron a proteger las rutas de envío del narcotráfico. Para entonces cesó completamente el sistema colombiano de exportación, el puente aéreo dejó de existir, eso ocurrió a mediados de los años 90, y se pasó de la organización típica de agentes y compradores a una organización de pequeñas y medianas empresas del narcotráfico y de exportación tipo hormiga, además dejaron de ser productores primarios de cocaína hasta el nivel intermedio para llevar químicos que, mediante procesos simplificados, les permitieron producir ladrillos de cocaína en la zona. Ya no hubo la presencia del agente grande que representaba  tal o cual “señor de la droga” sino que las cuotas se organizaban por pequeñas y medianas empresas que a su vez, en un nivel de comercio parecido al que se uso en la Ruta de la Seda, iban sacando en caravanas, con mochileros, con mulas, la droga hacía los puertos, algunos por aeropuertos y muchos a través de Bolivia, Paraguay, Brasil y Argentina. Para entonces se creó la necesidad de fortalecer las rutas, porque al igual que en el comercio de la Edad Media, surgieron depredadores que asaltaban a esas caravanas y fue entonces cuando Sendero estuvo pronto a ofrecer un servicio garantizado de protección, eso luego los llevó a tomar gente que sabía de la producción de la cocaína y por ese camino a adentrarse más en el negocio. Posteriormente, cuando estaban en ese crecimiento pasó el gran gasoducto de Camisea, una de las principales fuentes energéticas independientes del país, y ese Sendero llegó a la conclusión que aquello era una posibilidad interesante, se declararon totalmente a favor de la inversión extranjera y para hacerse conocer bien del nuevo vecino realizaron el secuestro de varios técnicos del campamento de la firma Techint, que hicieron el gasoducto, luego los liberaron y desde aquel momento quedaron en relaciones fabulosas. No pasa absolutamente nada entre ellos. Mientras tanto siguieron manteniendo una disciplina muy fuerte en términos de su capacidad guerrillera pero buscaron acrecentar su capacidad de fuego, su capacidad de armamento, y empezaron a reclutar gente. La fuerza armada finalmente actuó contra ellos el año pasado, ocupó el reducto aquel del Vizcatán y estableció una serie de bases militares en esa zona que desde entonces han sido constante atacadas, hostigadas, por los grupos de Sendero Luminoso. Los militares han tenido hasta este momento alrededor de 70 a 80 bajas mortales, varios de heridos. Hace un mes un helicóptero fue derribado, se perdieron cuatro ametralladoras que a su vez fueron utilizadas para atacar otro helicóptero y seguir hostigando. El ejército está con problemas de abastecimiento porque siguen los hostigamientos y están preocupados ahora que llega la temporada de lluvias porque los vuelos de helicóptero no van a ser posibles y si aquellas bases son abastecidas seguramente tendrán que ser abandonadas. A diferencia del Alto Huallaga, la situación en concreto en el VRAE es una en la que este nuevo rostro de Sendero Luminoso, que repudia los excesos de antes, se parece mucho a cómo eran las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) hace unos 14 años. Se está fortaleciendo y a la vez el narcotráfico, con su modelo de comercio hormiga, la importación de productos químicos, la exportación, es cada vez más difícil de controlar.

Rápidamente un par de comentarios sobre lo que es la cobertura periodista del tema. Me suscribo a casi toda la crítica dicha por Luis (Astorga) respecto a la cobertura de la prensa, es más, sugeriría trabajar como editor a lado de sus ocupaciones académicas ya que uno de los grandes problemas que tenemos en el periodismo es el de caer en las trampas semánticas sobre todo en los asuntos importantes, caer en los lugares comunes. En Perú hay una esclavitud de fuentes secundarias, es decir que hay muy poca decisión o interés, no sólo es culpa de los reporteros sino esencialmente de los medios de prensa que no invierten recursos, que no preparan, que no ponen la fuerza del medio atrás de esto para contrastar esas fuentes, para cotejar, criticar, buscar y tratar de llegar a las fuentes primarias. Respecto a las trampas semánticas en el Perú, por ejemplo, suele usarse como expresión estándar la palabra “narcoterroristas” para referirse a Sendero Luminoso. Esa forma de nominación la puso en circulación en 1984 el embajador de Estados Unidos en Colombia Lewis Tambs y ahora ese término ha tenido un segundo debut y se usa de manera constante en la prensa. Usarlo le quita los objetivos políticos del grupo, cómo se explica la capacidad militar, cómo se explican los ataques de Sedero Luminoso si es que sólo les interesa es hacer negocios, cómo se explican sus buenas relaciones con las multinacionales que están explotando el área Camisea y, lo más importante, cómo se explica la actividad narcotraficante de los que no son senderistas, de la gente que está dentro del gobierno o de los capitalistas y los pequeños, medianos y grandes empresarios que lo único que están buscando es hacer negocios y buena parte los cuales sus clientes se sienten incomodados por las gentes de Sendero, entonces utilizar ese tipo de términos sólo sirve de tapaojos que impide entender adecuadamente lo que está sucediendo. Estoy totalmente de acuerdo también en la pésima simplificación de utilizar la expresión “cartel” o “cártel” desconociendo lo que significa, lo que es importante es tratar de hacer continuamente una descripción, una reflexión, correcta de los mecanismos de las organizaciones que están operando el tráfico, que se mencione los modos de organización, cooperación, conflictos, cercanía, cómo se definen a sí mismas. Cada vez que utilizamos el etiquetamiento caemos más en la trampa semántica.

El otro problema en el Perú, no sé qué tan fuerte sea en otros países aunque sospecho que no es del todo débil, es la influencia intelectual de la posición oficial estadounidense en el nivel semántico, en el nivel de discusión sobre el fenómeno del narcotráfico. Por ejemplo, los americanos han pagado toda una red de cobertura periodística dirigida a crear un determinado mensaje. Obviamente no se dice que es pagada por Estados Unidos. Lo mismo sucede con comentaristas y columnistas de aquella red, quienes no les advierten a los lectores que son consultores, asesores de la embajada de Estados Unidos, y que en sus comentarios se cuidan mucho de decir nada que pueda afectar su futuro como consultores. Ese tipo de cosas de las cuales estamos rodeados dañan la capacidad de hacer una buena cobertura. Lo que debemos hacer es buscar la realidad, llegar a ella, no es fácil tiene muchos riesgos, pero por algo nos metimos a ser periodistas, pues nuestra responsabilidad es describir la realidad tal cual es.

VENEZUELA Un mundo violento empieza a despertar

David González, venezolano, periodista

Quiero empezar por relatar la manera cómo me inicié en el cubrimiento de lo que en Venezuela llamamos “sucesos” y que en otros lugares llaman “judiciales” o “policía”. Básicamente venía de una experiencia en un dominical donde tenía largo tiempo, en comparación con el resto de la redacción, para escribir e investigar. El periodista titular de la sesión de sucesos se fue y yo me incorporé a ese trabajo, pese a que varios colegas criticaron mi decisión. Tenía la sensación personal de que estando en ese puesto podría contar buenas historias. Uno de los panelista que habló sobre el tema de la pandilla deslizó la expresión de una guerra entre pobres, yo podría agregar a ese comentario que en el caso venezolano es de muchachos contra muchachos. La primera causa de muerte de los jóvenes venezolanos, entre los 15 y los 25 años en su mayoría varones, es el homicidio, de manera que hay un problema de violencia importantísimo en ese segmento de la población. La más reciente estadística disponible del Ministerio de Salud, que llega al 2006, permite tener una perspectiva del problema: los muchachos entre 15 y 25 años del total del total de causas muerte posibles el 36 por ciento fueron asesinados, un tercio de la población de ese segmento murió por homicidio durante ese periodo. En Venezuela vamos entre los 13.000 y los 14.000 homicidios por año. Con esos datos se puede calcular que cerca de 5.000 muchachos mueren cada año producto de la violencia. Hay un agravamiento general de la violencia en Venezuela, especialmente en zonas urbanas, al punto que Caracas se ha convertido en una de las ciudades más inseguras del mundo si se toma en cuenta la tasa de homicidios que es aproximadamente de 130 por cada 100.000 habitantes. Cuando uno se pregunta qué está pasando en Venezuela con la violencia se encuentran distintas razones, tales como la inequidad, la tremenda desigualdad en nuestra sociedad, la falta de oportunidades que son inmensas y la carencia de políticas públicas de seguridad. Este fenómeno de la creciente violencia en Venezuela se torna de difícil manejo para los periodistas por el uso de apreciación y de identificación de lo que está pasando. El cuanto al tema de los factores que estimulan esa violencia está el narcotráfico, que juega un papel muy importante, porque Venezuela -con su larguísima frontera con Colombia- es un país de tránsito, de puente, para el envío de droga. En ese proceso de circulación está claro que parte de la droga se queda en el país y genera ciertas lógicas propias del narcotráfico a interior de zonas marginales. El tema de la inequidad es fundamental para explicar lo que pasa con los muchachos.

En Venezuela nosotros llamamos “bandas” a lo que en otros lugares suelen denominar “pandillas”. Hay estudios recientes que han abordado el tema de las bandas desde la comprensión y el entendimiento. El sacerdote Alejandro Moreno hizo un estudio reciente que analiza la estructura de la banda y muestra que no son grupos altamente organizados, sino muchachos que se juntan por diversas causas y un alto sentido de pertenecía que comienzan un tránsito hasta convertirse en delincuentes. Las conclusiones que se puede tomar de esa investigación es que la delincuencia para los jóvenes de las bandas se transforma en una forma de vida y está regida por unos códigos internos que son coherentes entre sí. Uno de los elementos de mayor importancia tiene que ver con la búsqueda del poder y el respeto a través de prácticas violentas. Parte de lo que pasa en Venezuela es consecuencia del agravamiento de la conducta violenta, cada vez peor y más fuerte, y el vínculo de ese agravamiento tiene que ver mucho con el narcotráfico y la manera como ese fenómeno genera prácticas, ecosistemas, lógicas en los cuales la violencia se profundiza y se enfatiza. Parte de las inquietudes cuando se cubre el tema de la violencia en Venezuela tiene que ver justamente con las lecturas que hacemos, si vale la pena convertir esto en un proyecto profesional, porque vivimos dentro de una realidad caótica, que nos hace sentir que no podemos tener pautas de comprensión, de lectura de las cosas que están pasando y es importante sistematizar los enfoques, la maneras de abordar el fenómeno, las lecturas que hacemos de los hechos que ocurren alrededor, porque esa será la base fundamental para poder luego hacer un trabajo que explique el tema.

La experiencia del seminario nos muestra del trabajo larguísimo de varios de los investigadores y de esas experiencias uno puede tomar claves que están en sintonía con las cosas que nosotros debemos cubrir como periodistas o por lo menos aplicado al caso venezolano. Entre estas claves tiene mucho que ver la comprensión del impacto local del tráfico de drogas en barrios pobres de Venezuela. Si a mí me preguntaran cómo debe ser la cobertura, qué prioridades debe tener, qué enfoques y miradas, yo propondría no desatender la gran nota de la delincuencia organizada, la búsqueda de casos, pero generar una comprensión de cómo la violencia está operando en esos ámbitos locales, cosas como el microtráfico y todas sus consecuencias. En las coberturas que solemos hacer estamos fuertemente cargados con el tema del tiempo, de la capilaridad con la que estamos mirando las cosas, registramos las muertes y los tiroteos pero no nos centramos en explicar lo que hay detrás de esos fenómenos y esa es una lectura básica que es de aplicación inmediata al menos en el caso venezolano, respecto a la lectura que hay que hacer del tema del narcotráfico. A mí parece extraordinario el concepto que utilizó Philippe Bourgois de “sujetos urgentes” pues es justamente allí en esa urgencia, en ese conflicto, en esas muertes, en esa expresión de violencia donde nosotros debemos concentrar la mirada para desarrollar lecturas para atenderlos mejor. Dentro de eso hay dos puntos de vista que quería plantear: uno tiene que ver con los efectos; hemos conversado sobre cómo la actividad del narcotráfico genera todo un vocabulario que ha permeado el lenguaje común y otras prácticas, nociones, y un impacto cultural del modo de manejar la violencia del narcotráfico que se genera alrededor, ese un foco de trabajo que es importantísimo. La lectura de los efectos, que daría en llamar secundarios, las cosas que están alrededor no revelan cómo está operando y cómo son los fenómenos violentos dentro de las comunidades pobres. También está el tema de los tráficos de armas que es sumamente importante y que está asociado de manera a la letalidad de la violencia en las zonas populares. Esos asuntos nos hemos acostumbrado a verlos como algo normal, pero detrás de la redes del narcotráfico hay otras redes como las de las armas que pueden abrir el espectro de nuestros trabajos. Los grandes medios también tienen una enorme obligación en identificar y fijar una agenda de trabajo, de mirada que permita captar la realidad de una manera que funcione para explicar qué es lo que está pasando, cómo nos podemos acercar a estos sujetos de carácter urgente aún dentro de las limitaciones de tiempo y espacio.

BRASIL Favela I

Leslie Leitao, brasilero, periodista

Los narcotraficantes muchas veces son drogadictos que poco a poco se hacen ricos, compran fusiles y pasan a tener ciertos territorios especialmente en Río de Janeiro donde tenemos 1.020 favelas. Les voy a hablar un poco de lo que pasa en los periódicos, me voy a centrar principalmente en lo que nosotros hemos hecho al investigar a estos grupos de narcotraficantes. Primero me gustaría señalar un problema, que no es solamente brasilero sino de todo el mundo, el maquillado que se hace de todos los números, cómo se maquillan los números. Veamos una primera comparación: en México durante 2008 mataron a 5.376 personas en la guerra contra el narcotráfico y en ese mismo periodo en Río de Janeiro murieron 5.717 personas. En una gráfica reciente de la Secretaría de Seguridad Pública del estado de Río de Janeiro se ve abiertamente cómo se maquillan los registros, según la variación mensual tenemos 5.717 homicidios, pero la mentira comienza porque esta cifra no incluye a la totalidad de la población fallecida. Por ejemplo, quienes recibieron lesiones corporales o heridas de muerte fueron conducidas a un hospital y murieron dos o tres días después no entraron en las estadísticas de los homicidios, no sé por qué ocurre esto, pero evidencia de al menos 45 casos como esos durante el periodo analizado. Otro caso en Río de Janeiro fue el de 611 cuerpos hallados de sujetos abaleados y que la ley los ubica como cadáveres encontrados y no como homicidio. También tuvimos 32 casos de osamentas ubicadas y tampoco fueron consideras como una muerte. Entonces llegamos a 6.405 muertes contando todos estos casos, así las cosas la cifra subió. Otro rango lo ocupan las muertes causadas por policía y que figuran como “en defensa propia”, en estos casos la Secretaría de Seguridad Pública no considera que sean homicidios, sino resistencia a la orden de arresto, en ese renglón tenemos 1.137 casos y 26 policías muertos en servicio. Todas estas estadísticas van separadas, al igual que las personas desaparecidas. Todos los años en Río de Janeiro desaparecen en promedio 5.000 personas. En 2007 fueron 4.478 y en el 2008 fueron 5.095, así que 5.000 personas desaparecen por año en Río de Janeiro, nadie más sabe de ellas, una conclusión a la que podemos llegar es que entre muertos y desaparecidos el número de víctimas en 2008 superaron las 12.000, eso significa que más de 12.000 familias lloraron en 2008 por algún tipo de crimen violento en Río de Janeiro.

Una buena parte de esas 12.000 muertes fue producto del narcotráfico, por la guerra oficial contra esos grupos, y más recientemente por la entrada de los grupos paramilitares que son militares, agentes de los presidios que empezaron a controlar ciertos lugares impulsando a los narcotraficantes y controlando a todos los niveles como el comercio de gas, el comercio de agua, transporte alternativo. Sólo el 2 por ciento es el índice de solución de crímenes en Río de Janeiro así que si alguien te mata seguramente nadie va a encontrar al asesino. La estadística del país sobre violencia se hace basada en los números de homicidios por cada 100.000 habitantes. 36.568 personas fueron presas en Río de Janeiro durante 2008 más 1.821 menores de edad. Parece mucho 40.000 personas que fueron a la prisión en Río de Janeiro si consideramos que tuvimos 310.000 robos, así que el chance de ser robado en Río de Janeiro es muy elevado. Es una ciudad maravillosa pero es un caos. El otro problema en Río de Janeiro es el mercado negro de armas, de este mercado negro hoy un fusil cuesta unos 50.000 reales, unos 25.000 dólares. Generalmente estas armas vienen de Paraguay y de Bolivia, cruzan la frontera y la policía federal no hace nada, las armas llegan a Río de Janeiro. Hace poco la agencia especializada en armas y explosivos logró atrapar a dos de los principales proveedores de armas en Río de Janeiro; uno fue atrapado en Ciudad del Este en Paraguay tomando un whisky de 200 dólares la botella, vivía en esa ciudad desde hace dos años porque ya no le gustaba la vida en las favelas, decía que ya no quería vivir como un ratón, huyendo de la policía, intercambiando tiros y entonces se mudó a un lugar lujoso y vivía una vida de millonarios en Paraguay, enviando fusiles y cocaína a Río de Janeiro y a Teresópolis. Mandaba en promedio 40 fusiles por mes, más de uno por día. Otro problema del narcotráfico en Río de Janeiro es la corrupción, una cosa está ligada a la otra, si un policía gana al mes en promedio unos 400 dólares entonces es muy difícil convencer a ese trabajador cuando decomisa un fusil que lo entregue a la policía porque va a ganar más en el mercado negro que lo recibirá en tres años de trabajo. Es difícil competir con este mercado de las armas. En los últimos años la policía decomisó 35 ametralladoras .30 que los narcos querían para derribar un helicóptero. Cuando yo preparé esta presentación todavía no habían logrado derribar un aparato, pero el sábado pasado lo lograron. La mayor acción contra el narcotráfico en las favelas de Río de Janeiro se llamó Operación Alemán, allí intervinieron 1.050 efectivos, en doce favelas una pegada de la otra, en donde residen 200.000 habitantes, es el lugar más peligroso de la ciudad y en la que se estiman que hay 300 fusiles. Allí les gusta pintar de dorado las armas, lo hacen por cierta fascinación. Para terminar quisiera referirme al nivel de penetración Internet en las favelas y de su uso por parte de los narcos. Así que Internet se convirtió en un arma poderosa en Río de Janeiro para las autoridades y en una herramienta para los periodistas, quienes empezaron a buscar información en redes sociales porque allí a los narcos les gusta exhibirse. En sus presentaciones en esas redes sociales, los integrantes de esos grupos empezaron a mostrar el lujo que tenían. En algunas de esas favelas hay hasta 200 cibercafés, lo que da una idea del nivel de penetración y uso.

Favela II

Paulo Lins, brasilero, escritor

La prensa me trata muy bien como artista brasileño. Yo nací y me crié en las favelas de Río de Janeiro, la mayor parte de mi vida he vivido en Ciudad de Dios. De alguna manera yo admiro un poco a quien dispara, a quien enfrenta a la policía, se planta delante. Francamente los admiro un poco, porque cuando uno dispara a un policía también se le está disparando a la sociedad, inclusive a los periodistas, a los intelectuales, a toda la sociedad. Yo me veo hoy más como un habitante, una persona de las favelas, porque desde que yo nací la sociedad me ha tratado de esta manera, esto no sólo ocurre en Brasil pasa en todo el mundo; los negros, los indios son siempre discriminados y de cierta manera la prensa nunca estuvo a favor de la gente de las favelas. Yo he escuchado muchas mentiras, pasaron tantas cosas dentro de Ciudad de Dios y en los periódicos aparecían descritas circunstancias diferentes respecto a lo que nosotros vimos que ocurrió. Es por eso que yo, Paulo Lins, el favelado, no le creo a la prensa, no le tengo ningún respeto a la prensa. Voy a darles un ejemplo: cuando tenía 7 u 8 años le puse un sobrenombre a un amigo mío, le decía “Chevette”, por un modelo de vehículo de la Chevrolet y por las carreras de autos. A él lo mataron de un disparo y al otro día la prensa dijo que mi amigo había sido muerto en un tiroteo y era conocido como “Chevette”, porque le gustaba robar carros de ese modelo. En realidad fui yo quien le puso ese sobrenombre.

Camino a Ciudad de México pensaba qué iba a decir desde que me invitó la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano y veo que en esta reunión se habla del narcotráfico, de criminalidad, y yo me pregunto ¿si no hubiese drogas y consumidores, sino hubiesen armas habría violencia? No me gusta Brasil, no me gusta su estructura, porque allí siempre fui discriminado. Por eso es que siempre me sentí mejor dentro de la favela, porque cuando iba por la calle, a la escuela, por algún lado fuera de la favela la policía siempre me perseguía, me preguntaba qué hacía por allí y las personas cuando iban por la calle se asustaban, se alejaban de mí. Ahora, incluso, cuando voy a un restaurante, así sea el más caro de la ciudad, me preguntan qué haces aquí y eso es porque soy negro, porque tengo cara de pobre. 

Brasil se convirtió hoy en una de las diez mayores economía del mundo pero, pese a ello, muchos allá tenemos hambre y eso que somos uno de los mayores productores de alimentos del mundo. Sobre esta guerra contra los narcotraficantes puedo decir que la mayoría de las víctimas eran inocentes, murieron ancianos y niños. Actualmente tenemos en Río de Janeiro 1.020 favelas y yo conozco a la mayoría de maleantes de Río de Janeiro. Dentro de los grupos yo nunca vi a más que 50 hombres armados, a quienes les dispara la policía es a gentes que trabajan para el crimen: gente que hace paquetes, gente que administra, gente que transporta la droga. Sin embargo, es a estos a los que la policía les dispara pese a que no son ellos los que toman un arma y atacan, en realidad son muy pocos los que hacen eso.

¿Por qué tenemos este tipo de violencia de matar personas? Porque existe un rencor social muy grande, no sólo en Brasil, eso ocurre en todo el mundo. En muchas de las favelas se formaron varios de los grandes compositores y artistas populares de Brasil. Nunca vi en la prensa entrevistas con los maleantes preguntándoles qué es lo que ellos piensan. Cuando salió mi libro (Ciudad de Dios) y se convirtió en un éxito mundial todo lo que ocurría en Ciudad de Dios empezó a aparecer en los periódicos. En mi libro el maleante es una persona y ni a ellos ni a los favelados los ha tratado la sociedad de mi país como a personas. Una prueba de que el narcotráfico sea sólo violencia es que en una ciudad como Berlín hay drogas pero no hay el nivel de violencia que tenemos en Río de Janeiro y las matanzas que son típicas de América Latina. ¿Por qué se dan aquí? Yo no veo a la prensa como un aliado de los pobres. Cuando hubo la dictadura en Brasil, incluso en su fin, la prensa fue igual, no cambió. Ahora tenemos una prensa que investiga a los políticos, pero a la prensa aún le falta mucho más por denunciar, porque los periódicos son corporativistas así que los únicos investigados en Brasil son los pobres y los políticos, nadie más, el resto de nuestra sociedad está compuesta por individuos buenos, incapaces de cometer ningún delito, según lo entiende la prensa. Cuando uno vive en las condiciones en la que se vive en las favelas, sin recursos, sin educación, sin salud pública, es ahí cuando uno empieza a pelear contra el sistema, contra la policía y a favor de los maleantes, a pesar de que en aquellos lugares son muy pocos los maleantes. El 99 por ciento de los habitantes de las favelas no tiene nada que ver con los narcotraficantes, pero la policías nos trata allí a todos como si fuéramos criminales. Yo soy víctima de un país racista, de un país que no tiene la mínima preocupación por los pobres, soy nieto de esclavos, todo lo demás que tenía que decir lo puse en la literatura.

MÉXICO Cuando se rompieron las alianzas

Froylan Enciso, mexicano, historiador y periodista

Cómo hacerle para entender este fenómeno del narcotráfico, no sólo cómo fenómeno cultural -fácilmente representado de manera exótica en los medios de prensa-, sino representarlo en función de intercambios económicos e intercambios políticos, locales y globales. Eso es lo que me encantaría escribir en una historia de Sinaloa desde esta perspectiva y es lo que estoy tratando de hacer en mí tesis doctoral. Yo soy un académico atípico, una suerte de académico que reniega de ser académico. Soy un académico que brinca de una cosa a otra fácilmente. Mi primer libro no fue sobre drogas, a pesar de que he trabajado el tema desde 1998 en mi trabajo académico, sino sobre Octavio Paz. También he hecho mucho trabajo periodístico para ganarme la vida, de 2002 a 2004 trabajé en Los Angeles Times y desde entonces he asumido como parte de mi trabajo académico no pelearme con los periodistas sino establecer una comunicación constante, gracias a esto he tenido la oportunidad de refrendar mi trabajo académico y también de ir pensando con amigos periodistas cómo es que podemos hacer para crear nuevas formas de representación, nuevos lenguajes en el ámbito periodístico para este reto intelectual que es incorporar intercambios culturales a grandes estructuras de poder; como el glamur en Nueva York que está conectado con los corredores de crack en Harlem. Hoy, en lugar de hablar de mi trabajo académico que siempre es una tentación para los académicos, quiero hablarles que cundo en México empieza la alternancia, con Vicente Fox, el país entra en una euforia democrática, al tiempo que se notaba que algo estaba pasando en el mundo del narcotráfico y nadie lo estaba entendiendo. De repente el Joaquín “El Chapo” Guzmán sale sospechosamente de la cárcel y eso es un misterio. Luego surgen Los Zetas, el brazo armado del cartel del Norte, y toman a Osiel Cárdenas preso. En aquel momento complejo una amiga del Boston Globe me preguntó: ¿qué está pasando en Acapulco que están matando a tanta gente allí? Ese caso, el de Acapulco y algunos otros casos, me llevaron a plantearme, con algunos amigos periodistas, una visión contra-intuitiva del discurso democrático; empezamos a plantearnos que quizás la democracia, la alternancia en los diferentes ámbitos de gobierno, estaba creando más violencia. Antes el PRI (Partido Revolucionario Institucional) era capaz de tener pactos nacionales, de controlar más o menos el mercado de drogas, ahora con diferentes actores políticos de diferentes partidos en los municipios, en los estados, en el país, los pactos se rompieron más fácilmente. Eran mucho más frágiles, uno tenía que ser más agudo en el análisis intergubernamental sobre el tráfico de drogas. Esa es una primera idea que quería dejar aquí. ¿Es posible sostener la criminalización de las drogas en un ámbito democrático? ¿Es posible sostener la criminalización de las drogas con mercados más controlados de sustancias psicoactivas si tenemos diferentes actores políticos, creando diferentes pactos políticos en diferentes ámbitos de gobierno?

 

Ahora empieza a circular en el ambiente que durante el gobierno de Fox, el primer gobierno de la democracia en México, hubo como una especie de pacto desde el gobierno federal que se complicó con los gobiernos locales. En el camino, habló del 2006, empecé a observar que esta idea de que teníamos una urgencia por que se cubriera la violencia que se había desatado luego de la alternancia y que no entendíamos. Para entonces había cierta urgencia en algunos intelectuales y de gentes en que se cubriera más el asunto de la violencia, que se cubriera ese fenómeno, que no dejará de participar de la esfera pública, de la discusión pública en los periódicos, para tratar de entender qué era lo que estaba ocurriendo. Aquella necesidad fue muy efectiva porque se empezaron a hacer muchas notas sobre violencia. En 2006 los periódicos estadounidenses estaban bombardeando con notas sobre la violencia en Acapulco y resulta que eso estaba, sin querer, apoyando el discurso criminalizador que en nosotros no se suponían que estaba, pero de repente tanta nota sobre violencia creaba una imagen o cierto pánico moral entre la gente por lo que se creó cierta reacción a favor de las políticas militares y policíacas del gobierno. En ese momento empecé a discutir con otros amigos sobre la necesidad de rehabilitar las voces criminalizadas y eso es algo que ya se ha discutido aquí, muchos de los ponentes han estado de acuerdo: hay que rehabilitar la voz del consumidor como una voz legítima en el discurso público, hay legitimar al productor como una voz legítima del discurso público. ¿Por qué? Porque eso va a desestabilizar el discurso de la ley, va a quitarle el sentido sacralizado de la ley y lo pondría como un discurso que nunca llega a practicarse. Siempre hay un espacio entre la letra de la ley y la práctica de la ley. La negociación pública de este espacio entre la letra de la ley y la práctica de la ley tenía que ser evidenciada y para eso es que a mí me parece que es muy útil la reivindicación de otras voces; escribir más sobre marginación social, escribir más sobre víctimas y violaciones de derechos humanos y asesinatos de militares y policías, escribir cosas sobre cultura popular, sobre religión, sobre corridos, etc. También dar esa voz para hacer un ejercicio crítico a las voces criminalizadas. 

 

Sin embargo, los dos grandes problemas que me encontré en el camino y que he discutido mucho es: uno, que a veces cuando se habilita una voz criminalizada lo que termina haciendo es darle elementos al gobierno y a las voces conservadoras en el discurso público para que continúen con la estigmatización de estas personas. Si uno sale a brindarle la voz a un actor criminalizado muchas veces sin querer se están dando elementos para que la estigmatización aumente. Otro de los problemas es el moral para los periodistas que se plantea hasta qué punto se está del lado de los malos cuando se rehabilita una voz o incorpora una voz estigmatizada a la discusión pública. A veces lo que ocurre es que surge la tentación de apoyar la estigmatización para estar del lado de los buenos, porque todos quieren estar del lado de los buenos. Por el otro lado, nadie quiere ser hipócrita, todos estamos entre que no queremos ser hipócritas y pero ocurre que tenemos que rehabilitar nuevas voces pero a la vez no queremos estar del lado de los malos. Entonces el primer problema es que se contribuye a la estigmatización y el segundo es se crean dilemas morales.

 

La tercera idea surge de una pregunta sobre cómo le hacemos los periodistas para trabajar el tema del narcotráfico. Respecto a ello hay muchas estrategias: una estrategia es apropiarse del lenguaje criminalizador y resignificarlo para volverlo una voz crítica, contestataria al discurso del gobierno. La cuarta idea es rehabilitar la historia para que las notas de la prensa se ubiquen momentos paralelos, en metáforas en el pasado, para demostrar con esos datos que las cosas no siempre fueron iguales. Un papel que puede jugar la historia es mostrar que en momentos en el pasado, como ocurrió en el gobierno de Lázaro Cárdenas que legalizó la marihuana y la heroína, había canales de distribución legal sólo por dos medios, pero luego Estados Unidos le tumbó a Lázaro su decreto de ley. Cuando uno pone en una nota un momento en el que las cosas fueron diferentes eso puede ayudar, a decir o a argumentar que el futuro también puede ser diferente. Si en algún momento la heroína y la marihuana fueron legales en México por qué entonces se dice que es imposible que vuelvan a hacerlo. Por último, el periodista metido en estos asuntos siempre debería preguntarse cuál es la posición política y económica del trabajo propio, cuál es la posición política de las drogas. Sabemos que en Colombia la posición política resulta bastante compleja porque hay que pensar en los conflictos de clase, en la redistribución de las tierras, en la relación con Estados Unidos, en la conexión de la producción de coca en Perú. Este es mi aporte a la discusión.

La inconsciencia y la psiquis del reportero

Ricardo Almazán, mexicano, periodista

Voy a hablar de la inconsciencia del reportero cuando quiere una nota. Mi primero historia fue cuando hubo una matanza de la que sólo sobrevivió un viejo, quien no quería que lo entrevistara, le insisto pero me dice que no, así que enamoro a su nieta y ésta le dice al viejo que me dé la entrevista, el hombre accede, publico la entrevista y al viejo lo matan. Esa fue mi inconsciencia número uno. Mi inconsciencia número dos ocurre cuando voy a Ciudad Juárez a hacer una nota sobre las mujeres muertas, allí conozco un reportero que dice que me puede contactar con algunos de los que están metidos en el tema, le digo que me interesa, nos vamos juntos a las afueras de la ciudad, el reportero me deja ahí, me dice que lo espere, y cuando quedo sólo llegan unos tipos que me dicen que si no me voy de una vez no voy a amanecer. La inconsciencia número tres ocurre en Culiacán en 2003 cuando la policía atrapa a un asesino que me había interesado porque estuvo en varias matanzas, para entonces aún no veíamos en México 17 muertos en una sola ciudad. Él se había convertido en mi fantasma durante un par de años, para entrevistarlo hablé con el gobernador quien me facilitó todo, de esa manera fue que pude pasar casi todo el día en la celda con el personaje quien me dice que lo van a matar, que no puede estar allí, que lo van a matar, que haga algo, que se quiere ir al altiplano, la entrevista terminó mal porque el hombre pensó que yo era policía. Al domingo siguiente publiqué la entrevista en el diario El Universal y para el lunes en la tarde ya habían matado a cuatro de sus parientes, el martes me llamaron para decirme que me iban a matar, el periódico me puso escolta, el jueves ya habían matado a 20 familiares de esta persona, incluida su mamá, sus hermanos y varios de sus sobrinos. El viernes en la madrugada me llama de Culiacán un amigo de la policía para contarme que mataron al asesino, que sus jefes lo iban a manejar como un suicidio, y me dice que no me preocupara más porque “muerto el perro se acababa la rabia”. Debo decir que me cagué de miedo. Mi terapeuta está tratando de averiguar por qué me gusta el crimen; tenemos dos teorías, él cree que me gusta el crimen porque mi bisabuelo, Ruperto Rodríguez, era integrante de una banda en los años 40 llamada “del tal Rodríguez”, eran como unos Robín Hood: mataban, asaltaban, robaban dinero. La otra teoría es mía, creo que todo se debe a que crecí en un barrio difícil tipo favela o comuna, todos los amigos con los que crecí están muertos, en la cárcel, o se fueron a Estados Unidos. Ahora me pregunto en qué momento el ser humano se convierte en malo, en criminal. A lo largo de mi vida como periodista he entrevistado a unos personajes macabros, el último que entrevisté era un caníbal, se había comido a su pareja en Cancún, en Playa del Carmen, ambos eran homosexuales. Cuando fui a platicar con él le pregunté qué había pasado porque eso es lo que ahora me interesa del crimen, ya no me dedico a averiguar quién controla, quiénes son los sicarios, eso no me interesa, yo no soy el Ministerio Público, ni el presidente Felipe Calderón. Otra de las razones por las cuales seguí trabajando el tema del narco fue porque Culiacán me adoptó, de ahí es mi mujer, allí me di cuenta que hay mucho miedo y que la gente vive con el narco.

El riesgo de vivir en Culiacán

Javier Valdez, mexicano, periodista

Quiero empezar por decirles que en Culiacán, en el pasado, hice un reportaje sobre unos jóvenes narco yuppies, quienes solían viajar en tres vehículos armados de palos, gasolina, cerillos y piedras con los que se dedicaban a golpear indigentes. Aquel macabro ritual lo ejecutaban estos jóvenes en las madrugadas mientras sus víctimas dormían en los malecones, en las plazuelas, en la estación de autobuses. Algo peor aún es que estos narco yuppies grababan en video mientras les prendían fuego a sus víctimas. En una de esas acciones murió una persona mientras corría en búsqueda de ayuda. Cuando le comenté a una sobrina sobre estas personas que yo estaba investigando y de las que publiqué una nota, algo de lo que me sentía orgulloso, ella me preguntó: ¿oiga tío y no le da miedo? Le respondí que sí, que sí me daba miedo y que por mismo iba a publicar la historia. Con esta corta introducción quiero decirles que yo sí tengo miedo. Hace rato noté cierta renuencia por ese miedo que todos sentimos y lo queremos ocultar; no es motivo de vergüenza, el miedo también nos hace valientes y creo que es un sentimiento muy humano. Yo si ando con el culo en la mano. Alguien dijo que no hay que tener miedo, yo creo que sí, que no está prohibido. Cuando mi hijo me dice que tiene miedo por la violencia, porque eso es lo que escucha conmigo en sus once años de noticieros, a veces, porque lee los diarios, o porque, mientras le hago el desayuno, escucho el noticiero, y es justo ahí cuando me dice que tiene miedo y le respondo que no se preocupe, que no hay de qué avergonzarse, que qué bueno que tenga miedo, pero lo malo es que uno no enfrente la situación. En Culiacán el miedo es una forma de vida. Alguna vez Alejandro Almazán, el excelente periodista, escribió una crónica, que no se refería a Culiacán, no recuerdo de qué ciudad hablaba, cuyo título era: “El peligro de estar vivo”.

En Culiacán es un peligro estar vivo, vivir ahí, estar esperando el autobús, saludar en la calle a alguien, los pistoleros de los narcos no son tipos discretos, precisos, que hagan un trabajo limpio, ellos llevan encima AK-47 o armas que son capaces de atravesar el blindaje de los chalecos o de los vehículos, traen consigo bazucas, granadas, entonces cualquier persona puede morir en Culiacán. Cuando eso ocurre los medios suelen decir que se murió porque estaba en el lugar equivocado a la hora equivocada, y eso es falso, muchas de esas víctimas son gente que a la hora de los disparos o del atentado estaba trabajando y nadie le puede decir a otro que se equivocó, que no debió estar en ese sitio. Realmente la persona muerta estaba donde debía estar, a la hora en que debía estar, pero a una cuadra de ahí, al otro lado de la calle, los sicarios accionaron sus cuernos de chivo y no le dispararon solamente a la persona a quien iban a matar sino en contra de ese sujeto y en contra de todo aquel que estaba a su alrededor así fueran niños. Hace un par de meses mataron a ocho personas cuando en realidad iban por dos y todo porque están todos juntos, en un malecón. El narco al igual que el miedo es una forma de vida. En la redacción de la prensa manda el narco, porque cuando uno está escribiendo una noticia o un reportaje sobre un hecho violento no piensa en el editor, a veces se piensa en el cabrón para que no te vaya a chingar por la nota, porque está incompleta, ni siquiera piensa uno en el lector, si ese lector va a entender la historia, los términos, el periodista piensa en el narco de moda, en el tipo que anda en la calle, que si le va a gustar la noticia, que si le va a amenazar, que si le van a mandar a levantar, que si le va a disparar a la casa, que si le va a perseguir, sea lo que sea. Así las cosas el narco manda en la redacción, es una realidad, uno como periodista no piensa en el editor sino en el narco y el narco está en todas partes. En Culiacán la gente reniega del narco y lo condena por cosas como asesinar a una mujer cuando iba a tomar el autobús, en el preciso momento cuando al otro lado de la calle estaban matando a un narcotraficante. No es una sola bronca que involucre a los narcos sino que involucra a toda la sociedad.

No falta la gente que reniega del narco pero que también se beneficia de él, y si de día reclama, denuncia, se encabrona por la forma en que actúa, porque es un prepotente, que te echa las luces de la camioneta encima o porque no se les puede pitar porque si lo haces te meten la pistola en la boca y te dicen: ¡a ver vuelva a pitar, cabrón! Bien te pueden matar en Culiacán por usar el claxon, por hacer cambio de luces, o porque alguien miró a alguien, no se necesita estar metido en el business, en el narco. Pero también hay gente que reniega del narco de noche y mete al narco en su alcoba, en su cama, y copula con él. Son esos mismos que estiran la mano a escondidas, en un acto de doble moral, de hipocresía, porque el narco se llevó a la hija, le tiene casa, y al papá le vale madre porque le da va dar dinero a la hija, un carro él y le va a permitir tener un negocio. En Culiacán muchos tienen que ver con el narco, todos tienen un vecino, un pariente, que está metido en esa situación.

Ese ambiente de miedo, de pavor, de terror que se vive en Culiacán nos ha obligado a los padres de familia a entrenar a los hijos para el fin de la guerra, que los niños sepan que se tienen que tirar al suelo si escuchan balazos, que no tienen que asomarse a la calle, que tiene que arrastrarse en los pasillos de las casas y meterse al baño si es posible o a algún cuarto que esté alejado de la calle porque afuera están disparando y no deben incorporarse. No pueden tampoco gatear, tiene que arrastrarse en busca de ayuda, conocer los números de emergencia, es una cultura del miedo que llega a esos niveles y que también se ve reflejada en la actitud de la ciudadanía, de los organismo, de los partidos, nadie protesta contra el narco y ese nivel de miedo ha impedido que vaya gente a las manifestaciones en ciudades cercanas a Culiacán. En actos de protesta por la impunidad que hay sobre casos de homicidios se congregan 200 a 500 personas, tal vez hasta 2.000, pero en Culiacán si acaso van 20 a 50. En Culiacán hay tanto miedo que la gente no quiere dar su nombre para una denuncia en la escuela de sus hijos, a ese nivel. Ya se desinflaron los genitales, no hay valor civil, no hay ciudadanía, no hay dignidad, la mayor postura valiente es el reclamo desde el anonimato a los diarios vía correo electrónico o en las páginas de Internet. Desde esos escondites la gente te dice: “¡pinche periodista vendido, pinche periódico vendido!”, “¿por qué no investigan al presidente, al gobernador?”. En Río Doce, que es el periódico para el que yo trabajo, propiedad de cuatro reporteros en Culiacán, nosotros seguimos firmando las notas, y la gente desde el anonimato nos reclama supuestos actos de cobardía o de corrupción o de solapamiento pero a la hora que uno los atiende en una denuncia por mínima que sea contra una autoridad la gente no quiere dar el nombre. Nosotros les decimos quién va a dar la cara, denuncian pero no quiere dar la cara, ya nadie quiere dar la cara, nadie sale a las calles a protestar y nadie quiere asumir la responsabilidad que le toca como ciudadano. Entonces, uno como reportero se preocupa por lo que está pasando, quiere investigar, ese es el periodismo que sale en Río Doce, un diario que se ha especializado en el tema del narco, pero resulta que no hay respaldo, o no hay organismos, no hay partidos, no hay ciudadanía, no hay sociedad. En  Sinaloa los diario publican cada 30 días una relación del número de ejecutados del mes y le ponen “ejecutometro”, no hay trabajo que humanice, al contrario eso contribuye a la deshumanización, porque los muertos no son números eran personas, tenían nombre y apellido, tenían sangre, latían sus corazones, tenían una vida, un trabajo, pasiones, hijos, amantes, eran homosexuales, eran maestros, eran policías; pero no, resulta que nosotros los convertimos en números y no hay trabajo de investigación, hemos frivolizado la cobertura sobre los hechos que abarcan todo, no hay derecho que nosotros nos dediquemos a guardar silencio frente a un tema tan grande, tan complejo, tan cabrón como es el narco en Culiacán. Porque el narco, como el miedo, como el terror, es una forma de vida. Hemos contribuido mucho, también a multiplicar, a potenciar este temor, este pavor, este miedo, esta psicosis que significa el riesgo de vivir en Culiacán.

ANEXO. BIBLIOGRAFIA

LIBROS SUGERIDOS PARA ENTENDER Y CONTEXTUALIZAR EL MUNDO DEL NARCOTRÁFICO

  • Cóndores no entierran todos los días, Gustavo Álvarez Gardeazábal.
  • La virgen de los sicarios, Fernando Vallejo.
  • Leopardo al sol, Laura Restrepo.
  • Cartas cruzadas, Darío Jaramillo Agudelo.
  • No nacimos pa´ semilla, Alonso Salazar.
  • La parábola de Pablo. Alonso Salazar.
  • Esto es Medellín, Ricardo Aricapa.
  • Angosta, Héctor Abad Faciolince.
  • El asesino solitario, Elmer Mendoza.
  • Cada respiro que tomas, Elmer Mendoza.

 

Balas de plata, Elmer Mendoza.

La amante de Janis Joplin, Elmer Mendoza.

  • Asesinato en la lavandería china, Juan José Rodríguez.
  • Mi nombre es Casablanca, Juan José Rodríguez.
  • La novela inconclusa de Bernardino Casablanca, César López Cuadras.
  • Cástulo Bohórquez, César López Cuadras.
  • La vorágine, José Eustaquio Rivera.
  • Manuel y Fortunato, una picaresca andina, Alison Spedding.
  • De cuando en cuando Saturnina, Alison Spedding.
  • Los vientos de la cordillera, Alison Spedding.
  • Tomás y la ballena rosada, José Reoules.
  • Periferia blud, Alfonso Cáceres.  Down there mean streets, Thomas Piri  Random Familly, Nicole Le Blanc.
  • Entre perros, Alejandro Almazán.
  • El siglo de las drogas, Luis Astorga.
  • La mitología del narcotraficante en México, Luis Astorga.
  • Malasuerte en Tijuana, Hilario Peña.
  • Nostalgia de la sombra, Eduardo Antonio Parra.
  • Los límites de la noche, Eduardo Antonio Parra.
  • El cartel, Jesús Blancaornelas.
  • Horas extras, Jesús Blancaornelas.
  • Narcotráfico; el otro poder, Jorge Fernández.
  • Con la muerte en el bolsillo, Darío Fritz.
  • Corazón de Kalashnikov, Alejandro Páez.
  • El truquito y la maroma. Cocaína, traquetos y pistolocos en Nueva York, Juan Cajas.
  • Osiel, Ricardo Ravelo.
  • Los narcoabogados, Ricardo Ravelo.
  • El reto de Calderón, Ricardo Ravelo.
  • Los capos, Ricardo Ravelo.
  • Sicario, Víctor Ronquillo.
  • Danzón almendra, Rosa Montero.
  • Los jinetes de la cocaína, Fabio Castillo.
  • Los nuevos jinetes de la cocaína, Fabio Castillo.
  • El juicio a Lehder, Fabio Castillo.
  • La reina del Pacífico, Julio Scherer García.
  • 2066, Roberto Bolaño.
  • Si yo fuera presidente, Jenaro Villamil.
  • Rosario Tijeras, Jorge Franco.
  • Desterrados, Alfredo Molano.
  • Rebusque mayor, Alfredo Molano.
  • Andean cocaine. The making of a global drug, Paul Gostenberg.
  • Taste of paradise, Wolfgag Schivelbush.

Te cult of pharmacology, Richard de DeGrandepre.

In search of respect, Philippe Bourgois.

  • Reversible desting, Jane & Peter Schneider.
  • Las guerras de Colombia, Alma Guillermoprieto.
  • Miss narco, Javier Valdez.
  • El cartel de Sinaloa, Diego Osorno.
  • Narcocultura en México, José Manuel Valenzuela.
  • La calavera en negro, Gustavo Gorriti.
  • Nuestro hombre en la DEA, Gerardo Reyes.
  • Honrarás a tu padre, Gay Talese.
  • Gomorra, Roberto Saviano.
  • El hombre sin cabeza, Sergio González Rodríguez.
  • Huesos en el desierto, Sergio González Rodríguez.
  • El poder del perro, Don Winslow.
  • Calderón: el desafío del narco, Alejandro Gutiérrez.
  • Zoológico Colombia, José Alejandro Castaño.  Los padrinos, Giuseppe Carlo Marino.
  • Historia de la mafia, Giuseppe Carlo Marino.
  • La búsqueda del olvido, Richard Davenpor-Hines.
  • Las confesiones secretas, Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela.
  • El imperio de la droga, Francisco Thoumi.
  • Las drogas y la formación del mundo moderno, David Courtwright.
  • La conexión cubana, Eduardo Sáenz.
  • El confidente de la mafia se confiesa, Gustavo Salazar.
  • Mama Coca, Anthony Hemman.
  • N´drangheta, Francesco Forgione.
  • Narcotráfico en Colombia, Gustavo Duncan, Ricardo Vargas, Ricardo Rocha y Andrés López.
  • El combate a las drogas en América, Peter Smith.
  • El vuelo mágico, Ugo Leonzio.
  • Cocaína, Grupo Editorial.
  • El misterio de la mafia, Fabricio Calvi.
  • Jóvenes, memoria y violencia en Medellín, Pilar Riaño.
  • Ciego de Nieve, Sabbag.
  • Alucinógenos y cultura, Peter Furts.
  • El Padrino, Mario Puzo.
  • El placer y el mal, Giuliana Sissa.
  • Las drogas, Escohotado.
  • La mafia se sienta a la mesa, Jacques Kermoal.
  • Cosa Nostra, John Dickie.
  • La historia de la mafia, Salvatore Lupo.
  • Mafia S.A., Eric Frattini.
  • Las drogas una guerra fallida, Alvaro Camacho Guizado, Andrés López Restrepo y Francisco Thoumi.

El testamento de Pablo Escobar, Jean François Fogel.

Jaque Mate, Rosso José Serrano.

  • Cocaína, Bruce Porter.  El patrón, Luis Cañón.
  • Mercaderes de la muerte, Edgar Torres.
  • El lenguaje del hampa y el delito, Manuel Arias.
  • Bandoleros, gamonales y campesinos, Gonzalo Sánchez.
  • Cartel, Leónidas Gómez.
  • El hombre que hizo llover coca, Max Mermelstein.
  • El retorno de Pablo Escobar, Ignacio Gómez.
  • Ilícito, Moisés Naím.
  • ¿Qué es la mafia?, Gaetano Mosca.
  • Matar a Pablo Escobar, Mark Bowden.
  • Contrabandistas, marimberos y mafiosos, Darío Betancourt y Martha García.
  • Narcotráfico en Colombia, Carlos Arrieta, Luis Orjuela, Eduardo Sarmiento y Juan Tokatlian.

©Fundación Gabo 2024 - Todos los derechos reservados.