El video mostraba una realidad importante, pero, ¿era necesario ‘retuitearlo’? Una reflexión personal.
Autor: José Luis Peñarredonda
Por un lado, era importante. Más que eso: compartir ese video era casi un deber moral. En él un niño, su hijo, grita de dolor sobre el cuerpo de la líder social María del Pilar Hurtado, asesinada el pasado viernes en Tierralta (Córdoba). Es justo que la tragedia nacional, de la que nos escondemos en nuestras trincheras de las ciudades, nos salpique de vez en cuando. Parecía justo hacer que les salpique también a otros.
Pero, por otro lado, algo parecía no encajar. La reacción que despertaba el video era demasiado obvia, su narrativa era demasiado perfecta —y eso siempre es una señal de alarma. Seguramente la mayoría de los colombianos no sabíamos nada más allá de lo que se decía en aquellos mensajes iniciales: asesinaron a una líder social más en otro pueblo olvidado por esta nación. La habían amenazado, como a tantos otros. Pero bastaba detenerse un segundo para darse cuenta de que, en realidad, no podíamos saber si el video sí mostraba lo que decía mostrar.
Lo primero era saber lo básico: ¿El video no había aparecido antes en otra parte, con ocasión de alguna otra desgracia? Averiguarlo es relativamente fácil, pero descartarlo es bastante difícil: el hecho de que no hubiera sido publicado antes en algún rincón de internet no demuestra que sea legítimo; solo muestra que no lo podemos encontrar. Su autenticidad solo se puede verificar en terreno; y afortunadamente los medios hicieron ese primer trabajo. Pero pronto surgieron nuevas dudas: un supuesto comunicado de la alcaldía de Tierralta decía que Hurtado no era líder social, según una supuesta declaración que su esposo ofreció en una reunión con representantes de las autoridades.
El comunicado tampoco olía bien. Estaba firmado por un alcalde encargado cuyo nombre era difícil de verificar, y usaba un logo de la Alcaldía de la ciudad que no es el que aparece en su perfil de Facebook. Además, tal como ocurrió con el video, muchos de los usuarios que lo compartían (no todos) tenían un claro interés político.
Pero, al mismo tiempo, el texto menciona como testigos a varias personas en cargos que sí tienen, y en su pie de página reproduce números de teléfono y direcciones que coinciden con las que aparecen en la página web de la alcaldía, donde además aparece el logo que se reproduce en el papel. El alcalde podría haberse ido de vacaciones; estamos a mitad de año. Y quizás el nuevo logo es reciente y la administración no ha podido cambiar toda su papelería. Por más que hubiera cosas que quizás no cuadraran, en ese momento no era posible asegurar que el documento fuera falso.
Los medios no parecían menos confundidos. A esa hora, la tarde del viernes, algunos daban fe del documento y otros reproducían la versión inicial. Confirmar era difícil, quizás los funcionarios no contestan el teléfono a esa hora. La duda persistía y por eso decidí no compartir el video en mis redes sociales, ni referirme más al tema.
¿Necesitamos de tanta crudeza? ¿Tenemos que oír los gritos de su hijo para entender qué ocurrió con Hurtado?
También tenía —tengo— una duda más profunda: ¿Necesitamos de tanta crudeza? ¿Tenemos que oír los gritos de su hijo para entender qué ocurrió con Hurtado? Aún no encuentro una respuesta que me convenza. Cerrar los ojos y los oídos quizás hace que la guerra se vuelva un concepto abstracto, algo que solo les pasa a los demás. Ver el video y ayudar a que todos lo vean podría convencer a alguien más de que estamos frente una emergencia, de que nuestra inacción frente a esto es inmoral. Pero, por otro lado, alguien tiene que mantener la cabeza fría en medio de este cruce de medias verdades y de palabras incendiadas de los políticos.
Ya en el fin de semana se supieron cosas nuevas. La Defensoría del Pueblo negó que su funcionaria hubiera estado presente en la reunión con el esposo de Hurtado, como dice el comunicado. Y se denunció que el alcalde de Tierralta —el mismo que quizás estaba de vacaciones— estaría involucrado en un conflicto de tierras con Hurtado. Eso podría tener muchas consecuencias; la menos importante es que había motivación de la Alcaldía para publicar el comunicado que se publicó. El alcalde negó que el conflicto siguiera vigente.
Pero hoy, cinco días después del asesinato de Hurtado —cinco días de bulla en las redes, de indignación (honesta o no), de declaraciones de decenas de políticos y gobernantes, de cubrimiento cercano de los medios—, aún no sabemos la cuestión más básica: ¿por qué mataron a Hurtado?
Las opiniones expresadas en este artículo reflejan el punto de vista del autor, y no representan la posición del Centro Gabo ni de la FNPI.