¿Qué indicador puedo utilizar para medir el nivel ético de una empresa? El indicador más certero sobre el nivel ético de una empresa o de una persona lo da su relación con el Otro.
Deliberadamente me abstengo de usar el plural "los otros", por la carga de generalización y de abstracción que trae, y me refiero al Otro, así con mayúscula, porque se trata de esa persona concreta con que las personas y las empresas tratan a diario, llámese cliente, proveedor, empleado, ejecutivo, asesor o quienquiera que sea y que, por la razón que sea, tiene contacto con una persona o una empresa.
La ética comienza cuando aparece el Otro. El Otro tiene un poder interpolador, su sola presencia real o virtual, es un llamado a los valores éticos con los que se construye la persona o la empresa ideal.
En efecto, la ética es una propuesta de excelencia personal o empresarial porque indica cómo desarrollar lo mejor de las potencialidades humanas, que es lo que se activa o desactiva en la relación con el Otro. El ser humano y la empresa crecen cuando se intensifica su sociabilidad, retroceden cuando ésta es débil.
Los códigos éticos profesionales, o de cualquier grupo humano, tienen en común la regulación de esas relaciones con el Otro, hecho que demuestra que no existe una medida más exacta del nivel ético de alguien, que la naturaleza de su relación con el Otro.
Documentación
El encuentro con el Otro, con personas diferentes, desde siempre ha constituido al experiencia básica y universal de nuestra especie. Los arqueólogos nos dicen que los grupos humanos más antiguos no contaban con más de treinta o, a lo sumo, cincuenta personas. Si aquellas familias-tribu hubiesen sido más numerosas, les habría resultado difícil trasladarse con la rapidez suficiente. Si hubiesen sido más pequeñas, les habría resultado muy difícil defenderse y librar batallas en su lucha por la supervivencia.
Y he aquí a nuestra pequeña familia-tribu siguiendo su camino en busca de alimentos y que de pronto se topa con otra familia-tribu. �Qué momento tan trascendental en la historia del mundo! �Qué descubrimiento más fabuloso! �Descubrir que el mundo está habitado por otras personas! Pues hasta aquel momento, el miembro de nuestra comunidad familiar y tribal podía vivir convencido de que, conociendo a sus treinta o cincuenta hermanos, conocía a todos los habitantes de la tierra. Y de pronto descubre que no, que ni mucho menos que el mundo también alberga a otras seres parecidos a él, �a otras personas!. ¿Qué actitud adoptar ante el Otro? ¿Cómo tratarlo? Siempre supe que de ese encuentro dependería mucho, muchísimo, si no todo.
Ryszard Kapuscinski
Encuentro con el Otro.
Anagrama, Barcelona, 2007, pp 11 y 12.
Robinson Crusoe pasea por una de las playas de la isla en la que una inoportuna tormenta con su correspondiente naufragio le ha confinado. Lleva su loro al hombro y se protege del sol gracias a la sombrilla fabricada con hojas de palmera que le tiene justificadamente orgulloso de su habilidad. Piensa que, dadas las circunstancias, no puede decirse que se las haya arreglado del todo mal. Ahora tiene un refugio en el que guarecerse de las inclemencias del tiempo y del asalto de las fieras, sabe dónde conseguir alimento y bebida, tiene vestidos que le abriguen y que él mismo se ha hecho con elementos naturales de la isla, los dóciles servicios de un rebañito de cabras, etc. En fin, que sabe cómo arreglárselas para llevar más o menos su buena vida de naúfrago solitario. Sigue paseando Robinson y está tan contento de sí mismo que por un momento le parece que no echa nada de menos. De pronto, se detiene con sobresalto. Allí, en la arena blanca, se dibuja una marca que va a revolucionar toda su pacífica existencia: la huella de un píe humano.
¿De quién será? ¿Amigo o enemigo? ¿Quizá un enemigo al que puede convertir en amigo? ¿Hombre o mujer? ¿Cómo se entenderá con él o ella? ¿Qué trato le dará? Robinson está ya acostumbrado a hacerse preguntas desde que llegó a la isla y a resolver los problemas del modo más ingenioso posible: ¿qué comeré?, ¿dónde me refugiaré?, ¿cómo me protegeré del sol? Pero ahora la situación no es igual porque ya no tiene que vérselas con acontecimientos naturales, como el hambre o la lluvia, ni con las fieras salvajes, sino con otro ser humano: es decir, con otro Robinson o con otros Robinsones y Robinsonas. Ante los elementos o las bestias, Robinson ha podido comportarse sin atender a nada más que su necesidad de supervivencia. Se trataba de ver si podía con ellos o si ellos podían con él, sin otras complicaciones. Pero ante los seres humanos la cosa ya no es tan simple. Debe sobrevivir, desde luego, pero ya no de cualquier modo. Si Robinson se ha convertido en una fiera como las demás que rondan por la selva, a causa de su soledad y su desventura, no se preocupará más de que si el desconocido causante de la huella es un enemigo a eliminar o una presa a devorar. Pero si aún quiere seguir siendo un hombre... Entonces se las va a ver no ya con una presa o con un simple enemigo, sino con un rival o un posible compañero en cualquier caso con un semejante.
Mientras esta sólo, Robinson se enfrenta a cuestiones técnicas, mecánicas, higiénicas, incluso científicas, si me apuras. De lo que se trata es de salvar la vida en un medio hostil y desconocido. Pero cuando encuentra la huella de Viernes en la arena de la playa empiezan sus problemas éticos. Ya no se trata únicamente de sobrevivir, como una fiera o como una alcachofa, perdido en la naturaleza ahora tiene que empezar a vivir humanamente, es decir, con otros o contra otros hombres, pero entre hombres. Lo que hace "humana" a la vida es el transcurrir de compañía de los humanos, hablando con ellos, pactando y mintiendo, siendo respetado o traicionado, amado, haciendo proyectos y recordando el pasado, desafiándose, organizando juntos las cosas comunes, jugando, intercambiando símbolos.
Savater Fernando, ética para Amador, Ed, Ariel S.A, Barcelona, 1991, p. 123-125.