En la revista Rolling Stone destacaron en la portada a Dzhorkha Tsarnaev, el autor de los atentados en la maratón de Boston. ¿No es esto darles gusto a los terroristas que buscan visibilidad y reconocimiento para sus actos demenciales? R.- Las portadas dan visibilidad pero no necesariamente implican un reconocimiento, obedecen a necesidades informativas, no a intenciones publicitarias ni de relaciones públicas.
Si el lector lee una portada como reconocimiento es porque la ve como una acción publicitaria o de relaciones públicas y no logra entenderla como información.
Para que esto no suceda, las portadas deben presentarse con elementos informativos explícitos. En el caso de Tsarnaev, además de la foto debe informársele al lector en relación con la autoría de los atentados y sus consecuencias.
Un fenómeno parecido ocurre con las figuras o personajes del año que, no necesariamente, son los mejores ciudadanos o los artistas más destacados, sino personas cuyas acciones, buenas o malas, determinaron cambios importantes en la historia del país o del mundo.
Por tanto, publicar la fotografía de un criminal o de un santo en la parte gráfica de una información, no debe significar un juicio sino un dato.
Dada la ambigüedad de las imágenes, se plantea el cómo de su presentación para que su contenido llegue, nítido, al receptor. Es un deber ético el de hacer comunicables todos los elementos de una información, de modo que en el caso de esta y otras portadas que provocan polémicas, el problema no lo plantea la selección del personaje sino la forma de su presentación.
Esta exigencia de cuidado se acentúa cuando está de por medio una información sobre terrorismo, dado el manejo que hacen los terroristas a la información pública. Para que no se la convierta en instrumento de los delincuentes, deberán sopesarse cuidadosamente los efectos posibles de la información, de acuerdo con el valor ético de la responsabilidad, que mide tanto el poder del instrumento comunicativo, como el posible daño de una información.
Documentación
Durante el secuestro de la embajada norteamericana en Irán, un periodista tuvo la desventurada idea de publicar que seis miembros de la embajada se encontraban entre los secuestrados, al tiempo que hacían especulaciones sobre dónde podrían encontrarse. Hay periodistas que fascinados por la notoriedad o primicia de una noticia, pierden la cabeza y puede causar daños irreparables. En este caso la muerte casi segura de los que habían conseguido escapar. De ahí las acusaciones que suelen hacerse a los informadores.
La opinión más equilibrada y desinteresada sobre este asunto pudiera resumirse así. La experiencia profesional enseña que ha habido reportajes periodísticos que o han puesto en peligro inminente la vida de rehenes o han dificultado las operaciones policiales. Se admite que en algunos casos las informaciones periodísticas han contribuido a la muerte de algunos. Aunque no sea fácil probar con precisión, parece razonable admitir que los medios de comunicación han estimulado el terrorismo o por lo menos ciertas formas de violencia similares. Gran, va aún más lejos y ha llegado a afirmar que frecuentemente los medios de comunicación se han mostrado, como mínimo, insensibles a los sentimientos de los rehenes y de sus familiares y han exhibido una marcada falta de buen gusto en la forma en que han presentado sufrimientos personales como entretenimiento de un público curioso en exceso.
Niceto Blásquez: Ética y Medios de Comunicación, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1994 pp 338.339.340, 341.
Consultorio Ético de la Fundación Gabo
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