Consejos para no caer en las trampas de la desinformación

Periodismo y tecnología

27 de Junio de 2019

Consejos para no caer en las trampas de la desinformación

Entrevista con Claire Wardle, investigadora de la Universidad de Harvard y coautora de "Information Disorder", uno de los reportes más completos sobre desinformación publicados hasta el momento. 

Convivencias en red

Aunque desde hace un año se habla de la desinformación como algo reciente, en realidad es un fenómeno tan antiguo como la primera mentira. Lo que hace particular este momento histórico es que, gracias a las plataformas virtuales, un rumor puede distribuirse a una velocidad inédita y ser visto por millones de personas simultáneamente. Ese es el lado negativo de ser una sociedad hiper conectada: así como podemos cooperar a escala global alrededor de objetivos comunes, también podemos ser engañados masivamente.

 

Claire Wardle y Hossein Derakhshan, investigadores de la Universidad de Harvard, presentaron recientemente un reporte muy completo sobre desinformación mediática en plataformas digitales. En 109 páginas, y con un lenguaje sencillo, resumen un fenómeno complejo y proponen un marco conceptual para ayudar a periodistas, editores, desarrolladores de plataformas virtuales y ciudadanos en general, a entender las tácticas más comunes de manipulación mediática y a pensar colectivamente soluciones al respecto.

 

Además de su trabajo académico en Harvard, Claire Wardle es la directora de First Draft, una institución dedicada a buscar soluciones a los desafíos asociados con la confianza y la verdad en la era digital. Entrevistamos a Wardle durante Newsgeist, una conferencia organizada por Google y Knight Foundation anualmente y que este año se enfocó, sobre todo, en cómo mitigar los efectos de la desinformación.

 

Jorge Caraballo: Claire, ¿puedes explicarnos por qué tu primera recomendación al abordar este tema es dejar de usar el término “noticias falsas” o “fake news”?

Claire Wardle: Hay dos razones principales para evitar su uso. La primera es porque se está usando para nombrar un fenómeno que es mucho más complejo. El término “noticias falsas” ha hecho que el análisis sobre desinformación mediática se enfoque en solo uno de sus síntomas y deje de ver otros aspectos. Por ejemplo, al hablar de noticias falsas se deja de lado el protagonismo que tienen los videos y los memes en las campañas de desinformación. Es un concepto limitado y que fue acuñado por el deseo de explicaciones rápidas y simplistas.

La segunda razón es que el término, popularizado por los medios, ahora ha sido cooptado por  algunos poderosos que lo usan para estigmatizar información periodística que no les guste o que no les conviene. Cada vez que un periodista habla de “noticias falsas” está dándole más poder al arma que luego será usada en su contra. 

 

Si no somos críticos con el lenguaje que usamos, no vamos a capturar la complejidad del problema ni a proponer soluciones efectivas.
 

J.C: ¿Desde que empezaste a investigar este tema has visto más consciencia en medios y periodistas a la hora de usarlo?

C.W: ¡Para nada! Está empeorando. Los medios siguen usándolo para referirse a todo tipo de tácticas de desinformación y siguen organizándose eventos y talleres con el objetivo de “combatir las noticias falsas”. Hace poco la Comisión Europea estaba promocionando uno, y vi que varios medios en Colombia organizaron otro hace poco.

 

J.C: ¿Entonces qué alternativa proponen ustedes para nombrar el fenómeno?

C.W: En el reporte hablamos de un “Desorden de Información”, que sirve como concepto paraguas para hablar de tres aspectos del problema: mis-información, des-información y mal-información. Misinformación es cuando se produce y comparte contenido que es falso, pero que no tiene la intención consciente de hacer daño, como cuando hay una noticia de última hora sobre un tiroteo y en medio del caos se publica información apresurada y sin verificar. Desinformación es cuando se comparte información falsa con el objetivo explícito de hacer daño, y ahí caben las mentiras que se camuflan como noticias, suplantación de identidad, etc. Y malinformación es cuando se comparte información real pero con la intención de hacer daño, como filtraciones de la vida privada de alguien, o discurso de odio.

 

J.C: ¿Qué está en juego cuando las campañas de desinformación toman fuerza y cada vez definen más procesos democráticos? 

C.W: La democracia tal y como la conocemos. Debido a este fenómeno, la gente se cansa y se confunde por la información que consumen y dejan de confiar del todo en cualquier fuente de información. Eso crea una sensación de debilidad en los individuos, una frustración que después es capitalizada por otros de alguna manera. Y ojo, no estamos hablando únicamente de desinformación política: también ocurre lo mismo en campos como la salud o los negocios. 

 

J.C: Para mí el reporte tiene una sección reveladora, cuando describe la comunicación no solo como transmisión de la información sino como un drama. ¿Puedes hablarnos más al respecto?

C.W: Es uno de los argumentos clave del reporte y está basado en el trabajo del académico James Carey, quien sostiene que la comunicación tiene una función ritual y juega un papel fundamental en representar creencias compartidas. En este momento las redes sociales son el escenario de un drama en el que cada usuario comparte información que –independiente de su precisión o fidelidad con la realidad–  refleja su identidad y el rol que asume en la sociedad. Quien comparte una noticia del New York Times en su muro de Facebook está declarando pertenecer a una tribu muy diferente a la de quien comparte un artículo de Breitbart: a través del consumo y distribución de noticias están afirmando una visión particular del mundo y está influyendo la manera en la que otros lo perciben. Identificar esas motivaciones psicológicas ayuda a comprender por qué ciertos tipos de desinformación son compartidas.

 

J.C: ¿Cuáles son los tipos de desinformación más comunes?

C.W: En First Draft identificamos siete tipos de misinformación y desinformación, y los clasificamos de acuerdo a su potencial de daño. En un lado están la sátira y la parodia, que no tienen la intención de hacer daño pero pueden engañar, y en el otro extremo están los contenidos fabricados, en los que la información es totalmente falsa y que están diseñados para engañar y afectar negativamente. Entre esos dos extremos hay contenidos en los que se suplantan las fuentes, se crean falsas conexiones entre los títulos y el contenido, se falsea el contexto, entre otros.

 

J.C: Una de las recomendaciones que hacen a los editores y periodistas es considerar el silencio estratégico para no amplificar mensajes contaminados o caer en las trampas de campañas de desinformación. ¿Qué es el silencio estratégico y por qué es importante?

C.W: Lo que está pasando es que los medios tradicionales se han convertido en megáfonos de manipuladores mediáticos que saben cómo plantar semillas de desinformación en internet hasta que un periodista o un editor pica el anzuelo y cubre el tema, exponiéndolo a una audiencia masiva. Para los miembros de foros donde hay discursos extremistas o de odio, es un triunfo cuando un medio de comunicación cubre los rumores que han fabricado, así sea para desmentirlos, pues les da oxígeno y los pone a la vista de millones. En sus esfuerzos por desmentir rumores, a los medios les sale muchas veces el tiro por la culata. Por eso recomendamos reuniones entre editores/as de diferentes medios para llegar a acuerdos mínimos sobre cuándo sí y cuándo no cubrir ese tipo de mensajes, y cómo hacerlo para que no se vuelva una forma de replicar el mensaje contaminado.

 

J.C: ¿Y consideras factible llegar a ese tipo de consensos en un ecosistema digital donde hay un rango de intereses tan amplio?

C.W: Sabemos que la idea puede sonar incómoda para editores y periodistas, pero vale la pena tener la discusión y tratar de llegar a unos acuerdos mínimos como industria cuando lo que está en juego es la democracia y nuestro papel en ella.

 

J.C: Me llamó mucho la atención que Hossein y tú proponen, en vez de desmentir rumores con datos fríos, usar la narración de historias como una alternativa. ¿Puedes explicarnos más el papel de las narrativas (storytelling) como una manera de contrarrestar la desinformación?

C.W: Lo que necesitamos es más información de calidad en el ecosistema, y para eso hay que entender que una persona tiene más probabilidades de creer en una narrativa fuerte que en una serie de datos presentados sin contexto ni dimensión humana. El éxito de las campañas de desinformación es que reafirman la visión del mundo de muchas personas, y los medios que siguen estándares periodísticos de objetividad y equilibrio, en vez de tratar de convencer a esas personas de su error usando cifras estadísticas, deberían presentarles narrativas igual de fuertes que muestren diferentes puntos de vista y una experiencia con la que se puedan identificar. 

 

J.C: Por último, en el reporte sugieren que para mitigar los efectos de la desinformación se requieren esfuerzos no solo tecnológicos sino educativos. Dicen que deberíamos llegar a un punto en el que compartir información engañosa sea mal visto socialmente. ¿No es eso muy optimista?

C.W: Estamos en un tiempo donde abunda la información contaminada, y todos somos responsables.  Como decimos en el reporte, los programas de alfabetización mediática deberían incluir discusiones sobre cómo trascender la tendencia humana a buscar noticias que confirmen sus creencias previas y sobre cómo ser más escépticos a la información que desencadena una respuesta emocional. Tenemos que entender que todos somos parte del juego. 

 

 

 

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