Santiago Mesa, fotógrafo documental: “Las historias requieren acompañamiento, no solo registro”

Invitado al Festival Gabo 2025, el reportero gráfico Santiago Mesa reflexiona sobre los riesgos de estetizar el sufrimiento, del sensacionalismo y las imágenes creadas con IA. Además, habla de salud mental, la necesidad de alfabetización digital y la importancia de construir una mirada propia a través de la cámara.

Kirvin Larios

El fotógrafo Santiago Mesa vivió el encierro de la pandemia en Hannover, una ciudad al norte de Alemania donde asistió a un curso de fotografía documental. En principio, ver las calles desoladas, padecer las restricciones por el coronavirus, y conocer la situación legal local que hace a todas las personas dueñas de su imagen en espacios públicos, le impidieron sacar imágenes callejeras tranquilamente. De esta circunstancia nació la serie ‘Borra la foto’, en la que apenas se reconocen los rostros y facciones de las personas, pero aparecen sin ser despojadas de su humanidad. Los encuadres cautos, las zonas en penumbras, las luces oblicuas y las caras borrosas ilustran la incertidumbre de una ciudad sumida en cuarentena. Una especie de diario pandémico en un fotógrafo que ya había retratado en medios tradicionales la violencia de Medellín, su ciudad natal. “Fue una forma de mirar desde el extrañamiento”, explica. “Las personas aparecen desenfocadas, de espaldas, a contraluz. Pero están. No necesitaba ver sus caras para sentir que estaban ahí. Fue una forma de hacer fotografía sin invadir, sin cruzar límites legales ni éticos, y aun así decir algo sobre el aislamiento, la soledad, la ciudad”.

Con el mismo cuidado, Mesa ha abordado la salud mental y el suicidio en la comunidad emberá en el Chocó (en Jaidë, serie por la que recibió este año un World Press Photo) o los asesinatos y el drama de las víctimas en La masacre del Paro Nacional (2021). Autor del fotolibro No pase y ganador también del Sony World Photography 2020, Mesa colabora como fotógrafo independiente en medios nacionales e internacionales. Este año es uno de los invitados al Festival Gabo, que se llevará a cabo del 25 al 27 de julio en Bogotá. En la biblioteca Virgilio Barco participará junto con los fotógrafos Felipe Romero Beltrán y Fernanda Pineda en una charla sobre reportería gráfica en el marco del Premio Gabo 2025, del que fue jurado. De regreso de Cuba, donde viajó por trabajo, respondió estas preguntas. 

–¿Qué tienes en cuenta al cubrir la violencia en Colombia? ¿Cómo evitar el amarillismo y sensacionalismo al tratar con hechos tan crudos?

En trabajos como “No pase” o durante el paro nacional, he tenido presente que la violencia en Colombia tiene muchas capas: no es solo lo que explota, sino también lo que se arrastra en el tiempo. Intento alejarme de cualquier imagen que revictimice o que busque el impacto fácil. Me interesa generar narrativas donde haya lugar para la complejidad, para el dolor, pero también para la dignidad. No se trata de negar la crudeza, sino de abordarla con responsabilidad, con contexto y con respeto por las personas retratadas.

–¿Cómo es el proceso previo a comenzar una serie fotográfica? ¿Investigas todo con antelación o, por así decir, lo haces sobre la marcha? 

Empiezo con investigación, mucha lectura, conversaciones, documentación de contexto. Pero también dejo que el proceso me transforme. En muchos proyectos he llegado a lugares y situaciones que no estaban en mis planes iniciales, pero que surgieron de estar ahí, de escuchar. A veces las preguntas que me llevan a un lugar no son las mismas que me hacen quedarme. Siempre hay una parte del trabajo que se construye en el camino.

–Has trabajado en medios tradicionales y también como fotógrafo independiente. ¿Qué diferencias encuentras entre ambas experiencias?

En los medios tradicionales hay urgencias que no permiten quedarse en una historia tanto como quisiera. El trabajo independiente, aunque más incierto en lo económico, me ha permitido hacer procesos más profundos y personales. He podido regresar varias veces a los territorios, trabajar con tiempo, entender los silencios, construir confianza. Eso sería muy difícil desde una lógica de cubrimiento inmediato.

–Has reportado el aumento de los suicidios en la comunidad Emberá del Bojayá, Chocó, un tema casi invisible en la agenda mediática. ¿Qué tienes en cuenta al acercarte a las personas y las comunidades que vas a retratar?

Ante todo, respeto y paciencia. No se puede llegar con una cámara y pretender que alguien confíe en ti. Paso tiempo sin fotografiar, solo escuchando. Cada persona que me abre su historia lo hace desde un lugar de dolor, y yo tengo la responsabilidad de cuidar eso. En Bojayá he trabajado con sobrevivientes, con madres de jóvenes que se quitaron la vida, con jóvenes que lo intentaron. Son historias duras, íntimas, que requieren delicadeza, consentimiento y acompañamiento, no solo registro.

–¿Te han afectado personalmente los temas que abordas? ¿De qué manera?

Sí. Muchos de los temas que trabajo me atraviesan de forma directa. He lidiado con la depresión y ansiedad durante años. Eso me ha hecho preguntarme con más fuerza cómo se enfrenta ese mismo dolor en contextos donde no hay psicólogos, ni atención médica, ni redes de apoyo. Es imposible no salir transformado, dolido, y también con una urgencia ética por seguir contando historias.

–Los reporteros gráficos suelen enfrentarse a situaciones extremas: desastres climáticos, guerras, violencia cotidiana, problemas de salud mental. ¿Están tomando medidas especiales para protegerse física y psicológicamente de esto? 

Se empieza a hablar más del tema, aunque aún falta. A veces se necesitan pausas, procesos terapéuticos, cuidado emocional. Lo que uno ve y escucha no se queda en el campo, se mete adentro, te cambia. También ayuda hablar con otros colegas, compartir experiencias, no romantizar el desgaste. Cuidarse es parte del trabajo si uno quiere sostenerse en el tiempo.

–En una de tus series hay una imagen de un buitre aterrizando en el pecho de un hombre tirado en una quebrada. Es una imagen impactante y poética, habla de la muerte y el dolor con cierta distancia, sin caer en el sensacionalismo de la página roja. ¿Cómo fue capturar esta foto? 

Fue una escena que encontré trabajando en prensa diaria. Lo que me marcó no fue solo la imagen, sino lo que había alrededor: nadie parecía sorprendido, nadie se detenía. El buitre, el cuerpo, la indiferencia. Hice la foto casi en automático, pero después vino la reflexión. ¿Qué dice esta imagen? ¿Por qué me duele? ¿Qué representa? No era solo una muerte: era el retrato de una ciudad que se había acostumbrado a convivir con los asesinatos.

–¿Te ha preocupado caer en un tipo de ‘estetización’ de la violencia? ¿Puede evitarse?

Sí, y es un riesgo constante. La fotografía tiene el poder de convertir en bello lo que no lo es. Por eso intento siempre preguntarme por qué hago una imagen, desde qué lugar, con qué intención. A veces decido no mostrar ciertas fotos, aunque sean visualmente poderosas. Hay cosas que es mejor contar con palabras, o dejar en el silencio. La forma nunca debe pesar más que la historia.

–Como en otros lenguajes o técnicas, en la fotografía es fundamental el proceso de edición (la selección de imágenes, el trabajo con el color, etc.). ¿Qué tienes en cuenta para este proceso?

La edición es crear una narrativa. Hay que pensar en ritmo, en pausas, en cómo las imágenes conversan entre sí. A veces una fotografía es fuerte sola, pero no funciona dentro de una historia. Trabajo con editores y colegas en quienes confío.

–Además de fotografía, estudiaste arte. ¿La fotografía documental, de registro informativo y periodístico, también es o puede ser artística?

Claro que puede serlo. No creo en divisiones rígidas entre lo artístico y lo documental. La fotografía es una herramienta de interpretación, y en ese sentido puede tener profundidad estética sin traicionar su compromiso con la realidad. Estudiar arte me ayudó a tomarme las cosas con más calma y a pensar en formas de narrar que no son evidentes. Lo importante es que la búsqueda formal no borre el contenido humano.

–Hoy casi cualquiera puede tomar fotos con sus teléfonos. ¿Qué consejo le darías a los reporteros gráficos para hacer trabajos con una mirada propia?

Que no se obsesionen con la técnica ni con la inmediatez. La diferencia está en el proceso, en el tiempo dedicado, en la escucha. Tomar una buena foto lo puede hacer cualquiera. Lo difícil es construir una mirada, una voz. Eso solo se logra trabajando con profundidad, equivocándose, volviendo, mirando más.

–¿Te preocupa la desinformación creada a través de imágenes sintéticas y la inteligencia artificial? ¿Cómo combatirla?

Sí, me preocupa. Ahora más que nunca las imágenes pueden ser manipuladas de formas casi imperceptibles. Eso debilita la confianza en la fotografía como documento. Para combatirlo necesitamos alfabetización visual, transparencia en los procesos, medios que verifiquen, y fotógrafos comprometidos con la verdad. Aun así, creo que la fotografía documental va a adquirir un nuevo valor: en un mundo saturado de imágenes falsas, lo verdadero será mucho más valioso. La honestidad, la coherencia y el testimonio directo seguirán siendo fundamentales.

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